Opinión | delante de tus narices
Carta al fiscal general del Estado
Excmo. Señor Fiscal General del Estado:
Escribo para pedirle perdón en nombre de mis conciudadanos. Le deben pedir disculpas quienes lo acusaron, puesto que no se ha hallado ningún mensaje en su móvil entre los días 8 y 14 de marzo. También deben hacerlo los ministros y periodistas que dijeron que usted estaba investigado por desmentir un bulo, lo que implicaba que podría haber cometido un delito de revelación de secretos, cuando los dos sabemos que jamás haría algo así. ¿Qué apuntala esas teorías? Ahora lo sabemos: Niente, silencio, ruido blanco, rien de rien.
Algunos dicen que borró los mensajes para ocultar pruebas. Es una hipótesis grotesca: solo de oírla me dan ganas de coger un papel y romperlo en cuadraditos muy pequeños. Otros dicen que se le mojó el smartphone y, aunque luego lo metió en un cuenco con arroz, no logró recuperar el contenido. Eso, evidentemente, es falso: de haber ocurrido, usted habría metido el móvil en arroz de las Cinco Villas, que absorbe perfectamente el agua, y su teléfono estaría como nuevo.
Dice usted que el borrado se debió a motivos de seguridad: siempre tan humilde. Usted pretendía reivindicar unos momentos de introspección, que tanta falta nos hacen en este mundo acelerado y ruidoso. Decretar, aunque fuera retrospectivamente, una semana de quietud, elegida al azar, en medio de la vorágine. Rendía homenaje a sus artistas preferidos: su cineasta fetiche no es David Lynch, por mucho que las malas lenguas hablen de la cinta de Moebius de Mulholand Drive como modelo narrativo de las filtraciones o hagan chascarrillos con Cabeza borradora. Su película preferida es Blanco sobre blanco (1969), de Antonio Artero, que (atención: spoiler) consiste en encender el proyector vacío sobre una pantalla en blanco. Su pintor predilecto es Kazimir Malevich y su pieza musical favorita es 4.33, de John Cage: cuatro minutos y medio de silencio, que se pueden interpretar con cualquier instrumento (o conjunto). También coincidió con que estaba leyendo Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, en la traducción de Javier Marías. Como tanta gente de bien, discrepaba usted de algunas de sus opiniones como columnista. ¡Pero qué novelista, y qué traductor! Ahí estaba, volumen VI: una página en blanco.
Fue una epifanía: borraría los mensajes para reivindicar el valor del silencio en un mundo lleno de fango y furia. Esa valiente decisión ha tenido costes. Un compañero de colegio le había mandado varios chistes graciosísimos, otro le envió la etiqueta de un vino excelente, un abogado le recordaba un cumpleaños y en un grupo de WhatsApp de fiscales circuló una receta para hacer pulpo a la gallega sin utilizar agua. Para mostrar nuestro arrepentimiento por el injusto trato que ha recibido, los españoles le ayudaremos a recuperar esa información sacrificada.
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