Opinión | editorial
Un año de turbulencias
Cada vez que tiene ocasión y necesidad de enfatizarlo, y las tiene con frecuencia, Pedro Sánchez asegura que él y su Gobierno permanecerán en el poder hasta 2027 e incluso añade que ese año, en el que concluye la legislatura, repetirá como candidato a presidir el Ejecutivo. Se podría hablar de un caso de optimismo fuera de medida, porque aunque es cierto que el líder socialista demuestra una elevada capacidad para salir airoso de situaciones enrevesadas, ahora las cosas se le están torciendo y, aunque no lo diga, él lo sabe. Su seguridad deriva, no obstante, de su convicción de que no hay más mayoría posible que la que permitió su investidura en 2023, porque la única alternativa sería que Junts y el PNV apoyaran un Gobierno de PP y Vox, algo, en principio, inimaginable. Pero ese bloque heterogéneo, en el que se apoya y en el que alinean partidos a la izquierda y a la derecha de PSOE con intereses contrapuestos, está ya muy agrietado, obligándole a hacer malabares cada vez que somete un asunto a votación parlamentaria. A eso debe sumar los casos judiciales que, de una u otra manera, cercan al Ejecutivo y al propio presidente.
La pasada semana se vivió un compendio de esas turbulencias que amenazan con truncar su mandato: Junts y el PNV votaron con el PP contra la prórroga del impuesto a las energéticas y por las sedes judiciales sitas en Madrid desfilaron los principales inculpados en el caso Koldo/Ábalos y la esposa de Sánchez, Begoña Gómez, a lo que se sumaron novedades que pueden afectar judicialmente al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. El PP se regocijó con la situación, porque obviamente debilita al presidente y al Gobierno, pero él se mostró impasible, como si no pasara nada.
Lo cierto, no obstante, es que sí que pasa. La penúltima semana del año ha puesto en evidencia la erosión del Gobierno. Ya se sabía que la mayoría de la investidura era de muy difícil manejo por la diversidad de partidos que la conforman (o conformaban), de las ideologías que representan cada uno de ellos y de las propuestas que defienden. Pero existía un argumento por encima de todas esas dificultades, que es el que sigue esgrimiendo Sánchez: evitar que gobierne el PP con la ultraderecha. Puede que esa razón siga vigente y que un Junts pendiente de la consumación de la amnistía esté pese a todos los aspavientos atado a quienes la hayan impulsado, pero el acercamiento de Junts y PNV al partido de Alberto Núñez Feijóo abre un resquicio a posibilidades alternativas y, si no le lleva al líder popular a la Moncloa hace, al menos, dudar sobre la posibilidad de que Sánchez pueda aprobar los Presupuestos Generales de 2025. Si las cuentas públicas decaen por su oposición, la situación de debilidad del Ejecutivo podría hacer casi insostenible la legislatura. Con esa hipótesis, la de rechazar los Presupuestos, amenaza el partido de Carles Puigdemont, pero también Podemos, y sus cuatro votos son igualmente necesarios. Porque entre los partidos de la izquierda se agudiza igualmente la batalla por una hegemonía más simbólica que real. Sumar va perdiendo vigor en cada convocatoria electoral y Podemos piensa que lo puede rebasar. Ese es el tablero político y esas las fichas con las que Sánchez tiene que jugar su partida, aferrado al dato de crecimiento, líder del ránking europeo, pero sin mayoría posible para resolver los graves problemas que afectan a la sociedad española, como la vivienda o las desigualdades.
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