Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Borges

Hace muchos años, cuando empecé a escribir ficción, tuve que aplicarme un doloroso castigo: dejar de leer a Jorge Luis Borges.

No porque no me gustara (era ya, muy por el contrario, mi escritor favorito) sino porque su estilo, tan conciso, tan preciso, se contagiaba al incipiente mío con desastrosos resultados para mí.

Me sucedió también, aunque en menor medida, con otros autores, como Gabriel García Márquez o Juan Carlos Onetti. A los que, sin embargo, recuperé en cuanto encontré una voz propia; no así a Borges, cuyos libros, leídos con devoción por mí, permanecieron durante décadas en el mismo estante de la biblioteca, sin tocar.

Ahora, gracias al esfuerzo del sello Lumen por reeditar la obra del maestro argentino, abro las páginas de Ficciones y me sumerjo ya sin cautelas ni débitos en un universo borgiano que, al fin, puedo observar con serena frialdad, sin permitir que sus mecanismos gramaticales pasen a alterar el funcionamiento de los míos, pero volviendo a admirar profundamente los maravillosos, eternos relatos de Jorge Luis Borges.

Cuentos tan antológicos como, por ejemplo, Pierre Menard, autor del Quijote. Un relato lleno de juegos literarios, parábolas y paradojas, donde Borges hace profesión de su divertido escepticismo ideológico y conceptual, poniendo todo en duda. Incluso, en este caso, la autoría del Quijote, que acaso podría recaer en aquel Pierre Menard que volvería a escribirlo exactamente con los mismos capítulos y palabras que Cervantes, pero con distintos matices y significados. Así, aquella frase memorable de Cervantes incluida en el capítulo De las armas y las letras, en la que afirmaba que «la historia es madre de la verdad», será transcrita literalmente en el siglo XX por «el Quijote de Menard», pero su sentido y mensaje variarán respecto a esa misma frase escrita en el siglo XVII por Miguel de Cervantes Saavedra.

El asombro frente a una realidad que para Borges, como para Berkeley o para aquel Edgar Allan Poe «que engendró a Baudelaire, que engendró a Valèry...» toma la forma del misterio y el vuelo de la imaginación en Las ruinas circulares, una gozosa meditación desde la más pura ficción sobre el mito y el rito de una religión desconocida.

Y así, el resto de estas prodigiosas y borgianas Ficciones...

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