Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Gutiérrez & Guirao

No es frecuente que las novelas ilustradas aborden la crítica política, ni que de su lectura puedan extraerse conclusiones éticas de necesario implante en lo que podríamos considerar como una sociedad democrática moralmente sana.

Es lo que ocurre, sin embargo, en La última mentira de Zaccharias Wylde, de Diego Gutiérrez y David Guirao, una bella novelita con soberbias ilustraciones editada por el sello Los libros del gato negro, encimando autores y editores un trabajo literario y artístico de estimulante lectura, disfrute y nivel.

El argumento nos introduce a un alcalde, el tal Zaccharias del título, en la cúspide de su poder. Rige este poderoso político sobre una población imaginaria, llamada Poval Radzivis, cuyos habitantes sienten hacia su munícipe una mezcla de reverencia y temor, debido a su talante autoritario e intimidante presencia, con su gran envergadura y un pomposo vestuario más propio de un primer ministro que de un dirigente vecinal.

Pero, he aquí, un día llegará a la ciudad un buhonero ambulante con toda clase de objetos raros y preciosos en su carromato. El alcalde, al descubrirlo en la plaza del mercado, se acercará a su puesto y se encaprichará de algunos de sus aparentes tesoros. El mercader, muy educadamente, accederá a vendérselos, incluso a regalárselos, a cambio tan solo de que el primer edil responda a sus preguntas «con la verdad». Y le lanza la primera, que guarda relación con su forma de gobernar, a la que implícitamente cuestiona. Al no ajustarse la respuesta del alcalde a la verdad, comenzará a sufrir castigos en forma de misteriosas y dolorosas amputaciones. Al no responder tampoco «con la verdad» sucesivas preguntas de ese simbólico buhonero (¿o mensajero?) Zaccharias perderá un miembro tras otro, ofreciendo un cada vez más deplorable aspecto físico. Para que no se le notase, si por la noche perdía un dedo, el buhonero le conseguía un guante de hierro. Si perdía un brazo, le proporcionaba un garfio. Si le faltaba una pierna, le hacía otra ortopédica, o un ojo de cristal si se quedaba tuerto. Mientras el alcalde se iba convirtiendo en una especie de hombre biónico, o en un monstruo, los ciudadanos iban recuperando sus derechos y la vida pública se saneaba y normalizada, quedando atrás la tiranía de Zacharias Wylde...

Una fábula, sí, pero con demasiadas referencias a la realidad como para no reparar en su significado ni aplicar su mensaje a unas cuantas ciudades, o países...

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