Opinión | salida de emergencia

El mejor de los chesos

No alcanzo a entender por qué te tuviste que marchar tú, Alberto, pero sé que es una pregunta absurda que no vale la pena formularla

Lo más fácil es seguir hablando de Trump y de su manera pueril y canalla de entender el mundo, las fronteras, los aranceles, la empatía, a los inmigrantes, a las mujeres y un sinfín de cosas importantes que va a tener que tratar con esa forma bronca y ricachona que tiene de mirarse y mirar sin ver mucho más allá de sus propias narices y sin entender, jamás será capaz de hacerlo, que las cosas importantes suceden muy lejos.

Dicen que se escuchó un ruido y luego se instaló el silencio y luego llegaron las lágrimas al saber que definitivamente te habías ido en una mañana de miércoles, 22 de enero, que fue fría, temblorosa y llena de recuerdos que invaden todos los rincones de la cabeza y del corazón. Siguen hablando de Trump, todo el mundo lo hace, y pienso que jamás hablé de Trump contigo y pienso que quiero salvaguardar tu sonrisa, tu timidez, tu actitud valiente cuando las cosas venían feas y sabías que iba a haber sueños negros y pesadillas rotas. No hablabas mucho, ¿recuerdas?, pero sabías escuchar pacientemente porque habías comprendido que el sentido de la vida no tiene un único fin, sino que su entramado es devolver colores cuando la oscuridad todo lo empaña. Y ahora la oscuridad nos empeña y pongo cada uno de tus colores en el puzle de nuestra vida que es la tuya y sonrío porque amo tu Pirineo, a tu familia, a tu moto, a tus manos de carpintero, a tu Echo natal, a ese Villanúa que nos abrazó y a veces nos dejó con frio y a las noches que se sucedían bordadas de risas y de ciertas melancolías cuando el amanecer llamaba indiscretamente a la puerta. Hay un vacío, en todos nuestros recuerdos ya hay un vacío que hoy es infinito y que poco a poco se cubrirá con tus palabras, tus costumbres, tu inmensa generosidad y con cada árbol de Navidad que encendamos y que tus manos diseñaron para cobijarnos y hacer de lo cotidiano el bien más preciado y de la amistad el lugar donde poder dejar las hechuras sin miedo a ser cuestionado.

No alcanzo a entender por qué te tuviste que marchar tú, pero sé que es una pregunta absurda que no vale la pena formularla y por eso la empujo hacia la cuneta y me agarro fuerte a ellas, a tus amigas y a tu querida Arancha, a tu cuchipandi que en estos días tenemos dentro un león de dolor al que es difícil arrullar porque todo está bravío y desconsolado. Hay que agarrarse a ti, Alberto, una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez.

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