Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA
De aquellos villanos del cómic
Los jerarcas de las tecnológicas pueden chatear con cualquiera y eso les ha hecho los más ricos del mundo
Suenan tambores de guerra. La oligarquía ha tomado el poder, pero ¿a quién le puede sorprender que eso pueda sorprender? Escuchando a los comentaristas de los medios hablar del nuevo gran jefe, observas rápidamente las veces que dicen aquello de: «Dios nos coja confesaos». Debe ser algo inconsciente porque parece un aviso a navegantes, pero en la tele arquean la ceja derecha cuando sueltan el refrán como queriendo salir corriendo para protegerse tras un micro entre la estupefacción y la incertidumbre. Las imágenes en directo del Juramento del líder no llevaban duda; se vio perfectamente a Roma vitoreando a Julio César. Los pretorianos llenos de medallas, no importaba que una cadete de la orquesta triunfal tocando el clarinete también, firmes ante el nuevo César y una muchedumbre arrebatada cortándose las venas con un cuchillo de goma. Parecía que se celebrara el nacimiento de un nuevo imperio, como si de eso no supieran suficiente en aquel país, y en el espectáculo algunos echaron de menos un buen auto de fe. A la vista del oropel ad maiorem Dei gloriam, la inmensa mayoría de la gente con sentido común habrá caído en la cuenta de que todo esto ya se ha vivido en los cómic y libros de ciencia ficción; siendo rigurosos, no se podrá decir que no estábamos avisados.
Es fácil deducir que nos tocan malos tiempos, a lo peor, con la colaboración de mucha gente, que con su voto aliente al monstruo de las tres cabezas. Los villanos del cómic eran todo lo perversos que el dibujante quería, pero sus réplicas actuales se ufanan de ser inhumanamente poderosos y ambiciosos. Habría que preguntarse por qué los dibujantes hicieron a los personajes de sus villanos como muy ricos y poderosos con ansias de gobernar el mundo. Incluso hicieron que el supermalo Lex Luthor llegara a presidente. No andaban muy desencaminados. Realmente, lo distópico alimenta una estética electrizante. En esa ceremonia de la que hablamos faltó esa estética, más bien se buscó el olor de multitud como remedo, aunque un sombrero enigmático a lo Catwoman rompió el encanto de la uniformidad del America first.
No se sabe si el no haber podido depositar el ósculo ritual en la mejilla de su señora por culpa del sombrero con antifaz le hizo coger velocidad para llegar como un suspiro hasta al balcón de Heidelberg. Faltó de nuevo la estética del brazalete, pero lo suplió con los brazos levantados de los vítores. Viéndole, se supera a sí mismo, al que fue en su primer mandato; incluso parecen moderadas muchas de sus declaraciones de entonces ante la batería de trallazos que se permitió después de la jura y en varios mítines posteriores.
Antes, cuando en muchos colegios los niños desayunaban leche en polvo y queso de lata de la marca USA, los norteamericanos eran la oenegé de la época. Eran tan generosos que nos metieron en vena la Coca-Cola y otras cosas más, como la música. El español común los tiene como amigos, no en vano el cine mueve montañas. Es tanta su influencia que casi hablamos como ellos, casi vestimos como ellos y casi comemos como ellos. Por nuestra parte estamos dispuestos a seguir en el statu quo el tiempo que fuera necesario y nos vamos de viaje a Colorado, incluso a NY y lo presumimos. Ahora, la economía, que mueve las bambalinas, hará sus números y el efecto bumerán hará diana en las cabezas y bolsillos de los ciudadanos del mundo, famélica legión, sufrida partitura de megalomanía. Los jerarcas de las tecnológicas pueden chatear con cualquiera y eso les ha hecho los más ricos del mundo. Ahora, y siguiendo el buen papel de villano, querrán dominar el cielo, y, por ende, a nosotros. No sería mucho aventurar si Orwell tomó la referencia de Huxley, al fin, las distopías tienen un elemento común: alienación. En cualquier caso, los nuevos aires del otro lado del Atlántico empujan borrascas tierra adentro y quizás no hayamos sido conscientes de que hemos entregado gratis nuestra identidad a los nuevos cónsules y cada vez que usemos la tecnología dejaremos de pertenecernos. No podremos más que esperar a ver de qué pie se levantará ese día el buen señor. No sabemos hasta dónde puede llegar su impredecibilidad. Bueno, pero en los States hay un sistema que protege al ciudadano, dirán muchos. No es infalible, se equivocará, pensarán otros. Unos y otros pasarán como ingenuos si dios no lo remedia.
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