Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Contra la Mentalidad

No es que el club de los milmillonarios de Silicon Valley no tenga estudios (aunque casi ninguno haya ido a la universidad), pero dudosamente pasarán a la historia como brillantes intelectuales.

No se les educó para eso en la Fundación Edge (financiada por el siniestro Brian Epstein), en cuyas aulas se aplicaron al estudio de la economía conductual, asignatura de palancas o brechas a través de las cuales manipular a los consumidores e inversores para que gasten su dinero de manera distinta a la que tenían prevista. Larry Page (Google), Nathan Myhrvolz (Microsoft), Zuckerberg, Musk o Bezos recibieron allí clases antes de convertirse en apóstoles de una nueva ciencia y/o religión.

En lugar de estudiar a Adam Smith o a Stuart Mill, como la secta que son, siguieron a rajatabla las tablas de la ley del biólogo evolutivo Richard Dawkins. Mandamientos que, como los de Moisés, podrían resumirse en dos: 1) En el universo todo es puramente empírico; 2) Nosotros tan solo somos conglomerados de materia orgánica. Cualquier otra idea procedente del platonismo o del judaísmo sería superstición delirio. «No hay nada más ahí fuera», afirma Dawkins. Y añade: «Ni siquiera aquí dentro».

Los supremacistas de Silicon Valley tienen a Roger Bacon, precursor de la ciencia empírica, como supremo maestro. Si tuviesen que añadir un segundo filósofo, pensarían en Friedrich Nietzsche y en su voluntad de poder. Que sean genios de la computación, la logística satelital, la inteligencia artificial, la navegación espacial y otras actividades y especialidades que han cambiado el mundo es algo fuera de duda, pero no todo son alabanzas ni reconocimientos. Crítico a su ¿pensamiento? y prácticas empresariales viene revelándose el neoyorquino Douglas Rushkoff (1961), escritor y profesor de Cultura Virtual en la Universidad de Nueva York. Sus ensayos giran en torno a la autonomía humana en la era digital, el análisis del modo en que los avances en tecnología y ciencia están cambiando nuestra relación con el mundo, el dinero, las instituciones…

Su último libro, La supervivencia de los más ricos (Capitán Swing) –con el irónico subtítulo Fantasías escapistas de los milmillonarios tecnológicos–, nace de una vivencia tan personal como surrealista. La que experimentó el propio Rushkoff al ser invitado por cinco de esos magnates a una charla privada celebrada en un lugar desértico, bajo estrictas medidas de seguridad. Tras malgastar con ellos unas horas de debate, Rushkoff entendió que sus anfitriones compartían una misma Mentalidad. Así, con mayúscula: la creencia de estar gobernando el mundo y ser capaces de huir lo bastante lejos –incluso de la misma Tierra–, para salvarse de lo que llaman el evento: una catástrofe social que afectará a la humanidad entera y que ellos mismos habrán contribuido, en parte, a crear.

Pero, ¿qué es la Mentalidad? Básicamente, un colonialismo corporativo. ¿Cuál sería su primer principio? Verse a uno mismo como alguien distanciado de la naturaleza y capacitado para considerar a sus congéneres como entes infrahumanos.

El segundo principio de la dominación de la Mentalidad sería la extracción, tendente a la conformación de monopolios.

El tercero, un crecimiento que les hará ricos (y a los que ya lo eran, más ricos aún). Tal vez la expansión de las empresas tecnológicas pueda provocar cierta devastación social y económica, pero si ocurre, ellos —el Sistema, la Mentalidad— lo denominarán con otro eufemismo: destrucción creativa.

La Mentalidad dispone de multitud de recursos. Aplicaciones y plataformas se diseñarán para –advierte Rushkoff– «perturbar los mercados, extrayendo riqueza de los pobres para entregárselas a los ricos».

Sirvientes

En el fondo, los participantes de la Mentalidad consideran a sus contemporáneos tan innecesarios que se alegrarán cuando puedan ver la mayoría de sus funciones automatizadas, y verse ellos mismos sustituidos por robots. Valorar el trabajo humano corre el riesgo de ralentizar el proceso, pero la Mentalidad no tendrá esa debilidad, no cometerá ese error. Su clave para evitarlo residirá en seguir avanzando hasta reducir la realidad a mera información y convertir a los habitantes del planeta en genotipos susceptibles de servir al capitalismo como formas apropiadas para sus mercados.

Palabra de Trump.

Te alabamos, Robot.

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