Opinión | FIRMA INVITADA
El sueño de la sinrazón produce mantras
Explica la RAE que un mantra es un sonido o frase recitado repetidamente para facilitar la meditación, y, por extensión, una consigna, un eslogan, un lema que se emplea en la comunicación como guía para la conducta. O sea, una tabarra interminable para vender una burra vieja como si fuera un caballo de carreras. Ya habrán observado que estamos en la gran era del mantra; es decir: en el momento político-social-cultural de la frase grandilocuente, descontextualizada y que, casi con toda probabilidad, transmite un mensaje falso.
En las Españas, desde el ya clásico OTAN de entrada no, lanzado por el PSOE antes de cambiar la chaqueta de pana por el traje de alpaca y la corbata de seda, pasando por el Váyase, señor González, creado para Aznar por el churrero M.Á.R., el de «Me gusta la fruta» (y el güisqui), el mantra ha azotado a varias generaciones de paisanos. Aquí y ahora, en Aragón la tierra noble, con gran parte de sus instituciones principales gobernadas por el Partido Popular, vivimos uno de los mayores ataques de mantra con el ilustre sordo de Fuendetodos como protagonista. La matraca ya ha comenzado, pero no quiero imaginar lo que nos queda desde este momento hasta 2028, cuando se celebrará el bicentenario de la muerte del muy manoseado Francisco de Goya y Lucientes. Desde el presidente Azcón (el rey de Aragón) hasta la alcaldesa zaragozana Chueca (la reina de las flores y las luces), Goya va en boca de todos los mandamases de esta tierra; eso sí: con mucha sinrazón y mucho mantra.
El último y más rotundo de esos eslóganes zaborreros, epítome de todos los escuchados hasta ahora, acaba de proporcionárnoslo el director general de Cultura, el ilustre Olloqui, quien, por cierto, unos días antes de presentar una serie de conciertos «ambientalmente sostenibles» se paseó en coche por una pista por la que no se puede circular, en el Parque Nacional de Ordesa. Ha dicho don Pedro, para que conste en el frontispicio (en las frentes, en vez de en las fachadas, que es lo que indica el vocablo) de todos los conciudadanos de bien: «Goya es lo que es por ser aragonés». Y remató la jugada anotando que la exposición Del museo al palacio «ha devuelto el aragonesismo a la figura de Goya, sin el cual no sería entendible como el mayor mito de la historia del arte». Por si no les bastan las comillas, les juro que la cita es textual.
Bien, aclaremos la vaina de una vez por todas. Nadie en su sano juicio cultural puede afirmar sin sonrojarse que don Paco es lo que es por ser aragonés. De entrada, la relación de Goya con Aragón, más allá de los trabajos comestibles que hizo por estos lares, no fue especialmente fluida; de salida, no hay nada en el Goya más universal que muestre que su talento esté condicionado por su lugar de nacimiento. Goya quiso ser (y fue) pintor de la Corte, plasmó los horrores de la guerra (de todas las guerras), dejó lo mejor de su arte en las Pinturas negras (¿ven el espíritu aragonés en alguna de ellas?) y fue cronista, en las cuatro series de los Grabados, de costumbres, ideas, comportamientos y crueldades que exceden cualquier acotamiento geográfico. Brillantes estudiosos del universo de Goya certificarán mejor que yo la falacia del mencionado mantra. Por cierto: ¿por qué están tan callados esos sabios?
El mantra es una construcción que sustituye en múltiples ocasiones a la razón. ¿Cómo justificar la creación del cacareado e innecesario Centro Goya en la plaza del Pilar, vaciando de contenido goyesco al Museo de Zaragoza? Con un mantra, claro. ¿No sería más sensato ampliar el museo, crear en él un preferente y bien armado espacio Goya, y darle a la institución el valor que merece en vez de reducir sus fondos? Parece que no. Entre otras razones (no se rían) porque el museo no está en la plaza del Pilar, ágora en la que el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza coinciden en que es «la masa crítica cero», signifique eso lo que demonios signifique. En el Centro Goya, más allá de dedicarlo a otros asuntos relacionados con el arte, la joya de la corona serán los Goyas que hasta ahora habitaban el Museo de Zaragoza. ¿Cuántos hay? ¿Más o menos que en el Museo Goya Colección Ibercaja, quien contrataca con un espacio mayor, nueva entrada por la plaza del Pilar (en vez de la actual por Espoz y Mina) y una fachada de lujo?
Ah, se me olvidaba: la empresa que va a transformar el antiguo edificio de los juzgados en Centro Goya es la misma que va a remodelar el estadio de La Romareda, al parecer, otra «masa crítica cero», también con su mantra sobre los mundiales de fútbol. Pero a lo que vamos. «Goya es lo que es por ser aragonés». Y yo no soy premio Nobel porque no quiero.
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