Opinión
Trabajar mejor para vivir mejor
La mejora de las condiciones laborales, la tecnología y una mejor organización del trabajo serán determinantes para dibujar la barrera entre el éxito y el fracaso de las empresas

Las vicepresidentas primera y segunda, María Jesús Montero y Yolanda Díaz, en el Congreso. / Gabriel Luengas - Europa Press
El debate sobre la reducción de la jornada laboral es uno de los más relevantes que afronta este año que acaba de comenzar. Esta cuestión centrará la atención de millones de trabajadores de un país cuyo mercado de trabajo lleva implícitas unas particularidades que habrá que tener muy en cuenta antes de aplicar una norma que, en principio, se ejecutará a finales de año. El uso del eslogan "Trabajar menos, vivir mejor", utilizado por el Gobierno, quizá no haya sido el más pedagógico si lo que se pretende es elevar la competitividad de las empresas y, en este sentido, hubiera sido más apropiado el de "Trabajar mejor para vivir mejor". Eso sí, vende menos y no cala tanto entre los ciudadanos asalariados de España.
Pero más allá de etiquetas, lo pertinente es poner todas las cartas sobre la mesa antes de iniciar un debate complejo, en el que existen múltiples sensibilidades y en el que habría que dejar a un lado la guerra de guerrilas y los dogmas. Si lo que se pretende es que todos salgan ganando (Gobierno, empresas y ciudadanos), la fórmula debe contar con sólidos argumentos y con dos ingredientes complementarios: la mejora de la productividad y el impulso de medidas que abracen la conciliación y la calidad de vida de los trabajadores. Con esta ecuación, las empresas ganarían más, generarían más riqueza y los asalariados también tendrían su recompensa. El problema estriba en que hay quienes consideran que la reducción de la jornada laboral perjudica a las empresas y los que creen que ese es el único camino a seguir. Por ello, ante un debate tan complejo, las soluciones han de ser flexibles.
La llegada de la tecnología y su aplicación al entorno laboral es una de las ventajas que pueden y deben favorecer la reducción de la jornada de trabajo. Sin embargo, ni todas las empresas están dispuestas a dar ese salto ni existen los métodos, fórmulas y concienciación suficiente para favorecer su impulso. El tejido productivo ha de ser proactivo a la hora de apostar por este cambio, y sus empleados han de recibir la formación adecuada para que este sea real.
La reducción de la jornada laboral pasa por elevar la productividad e introducir cambios en la organización de las empresas
Otro de los escollos que impide la reducción de la jornada es mantener una organización del trabajo que no responde al siglo XXI, ya que son muchas las compañías que todavía viven instaladas en la cultura del presentismo. Estar más horas en el trabajo no es sinónimo de trabajar más sino, en ocasiones, todo lo contrario. Ese escenario se da más de lo conveniente por la incapacidad de las empresas de introducir cambios que favorezcan la eficiencia. Por tanto, las estructuras anticuadas e incapaces de ver lo que sucede a su alrededor es otra de las piedras en el camino que impide que los empleados puedan trabajar 37,5 horas y no 40. Es, además, una gran losa para la economía, tanto en Aragón como en el resto de España.
Por otro lado, en este complejo debate el tamaño sí que importa. España y Aragón se caracterizan por contar con un tejido productivo formado por un 95% de pymes, lo que resta capacidad a las empresas de poder competir a escala nacional e incluso internacional. Fomentar las alianzas y las fusiones es un reto que las empresas han de afrontar más pronto que tarde. Pese a ello, siempre existirán pequeños negocios a los que resulta mucho más complicado aplicar esos cambios de horarios, por lo que habría que favorecer esa reducción de jornada con algún tipo de ayuda a la contratación.
Al margen de todos estos factores, de lo que pocos expertos dudan es de que el mercado laboral ha sufrido una profunda metamorfosis y de que la escala de valores de las nuevas generaciones ha cambiado en los últimos años. La retención y la atracción de talento es ya el gran caballo de batalla de miles de empresas, y eso, en definitiva, determinará el valor de la compañía, su productividad y su capacidad de competir. La mejora de las condiciones de trabajo, de los salarios y de la calidad del empleo serán determinantes para dibujar la barrera entre el éxito y el fracaso. Cambiar la estructura mental y cultural de antaño, velar por que las compañías sean sostenibles y apostar por la cualificación no solo será beneficioso para las empresas sino que se convertirá en la mejor inversión posible en un momento en el que la falta de trabajadores es un hecho que irá a más. La decisión no es baladí.
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