Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

Cupido y Psique

Llega San Valentín y una de las representaciones más icónicas para simbolizar su significado –el día del amor y de los enamorados– es la de un niño desnudo y alado, coronado de rosas. Es Cupido (dios del Amor), quien con sus ojos vendados y provisto de arco y carcaj, lanza al azar flechas de plomo u oro sobre rojos corazones. Las astas doradas son las del amor correspondido, mientras que las cenicientas significan el rechazo a la pretensión amorosa.

Así ocurrió, según la mitología griega, con Apolo (dios de la poesía, de la música y de las artes, que simbolizaba al sol) y la ninfa Dafne, a quienes el travieso Cupido lanzó sendas saetas dorada y plúmbea, respectivamente, provocando el enamoramiento de Apolo y la insensibilidad a su amor de Dafne. Apolo, despechado, decidió entonces transformar a la ninfa en un árbol de laurel. En recuerdo de este mito, una especie de esta planta lleva su nombre: Daphne lauleola.

Cupido (el equivalente romano al dios Eros griego, de cuyo nombre deriva el adjetivo «erótico»: perteneciente al amor o placer sexuales), era, según la mitología de la antigua Roma, hijo de Venus (diosa del amor y de la belleza) y del dios Marte (dios de la guerra). Cupido resultó ser un niño gracioso y bonito, enamoradizo y apasionado por las ninfas y diosas, pero también por las jóvenes hermosas de la Tierra, ajenas al Olimpo de los dioses. Y desde la Grecia clásica hasta hoy, su imagen ha sido representada en cuadros, esculturas y pinturas al fresco, para simbolizar el amor, los deleites y los placeres.

Sin olvidar que la imagen de Cupido también es destacada en la imaginería de la cultura pop, así como en las artes del grafiti y del tatuaje. Pero Cupido, quien al azar unía o separaba corazones, también fue el protagonista de una de las más antiguas y bellas historias de amor. Nos la relató, hace ya casi dos milenios, el escritor latino y filósofo platónico Apuleyo, quien vivió en el siglo II de nuestra era. La historia que él narró está incluida en su novela La Metamorfosis, también conocida como el Asno de Oro, y lleva por título Cuento de Cupido y Psique.

Nos dice Apuleyo que Psique (que en griego significa alma y de cuyo nombre deriva el sustantivo psicología) era una joven princesa de una belleza tan extraordinaria que suscitó los celos de Venus, por lo que ésta envió a su hijo (Cupido) para que le lanzase una flecha que le llevase a enamorarse de un monstruo. Pero lejos de los deseos de su madre, Cupido se enamoró apasionadamente de la hermosa Psique.

El niño arquero la transportó entonces hasta un mágico palacio encantado en donde la servían ninfas invisibles. Allí la visitaba Cupido todas las noches y se retiraba al amanecer para que ella no le viese. Pero una noche, Psique se levantó mientras su esposo dormía, encendió una vela y vio, en lugar de un monstruo, al bello Cupido, de cabellos dorados, que se despertó al caerle encima una gota de cera derretida.

Cupido, al verse descubierto, desapareció mientras que su madre, Venus, enojada al descubrir la relación de los amantes, persiguió a Psique, a quien tendió una trampa: le entregó una cajita diciéndole que en el interior estaba la esencia de la más fina de las bellezas. Pero al abrirla, allí no había nada: ni rastro de belleza; al contrario, tan sólo había un sopor infernal, el auténtico sueño del Estigio, la laguna del infierno mitológico, que invadió a Psique en cuanto levantó la tapa.

Pero al tiempo, Cupido pudo llegar hasta su amada y con un beso la despertó, consiguiendo después que su madre aceptara la unión entre ambos. A partir de entonces el matrimonio entre Psique (ya inmortal y ascendida hasta los cielos del Olimpo) y Cupido fue indisoluble y eterno. Voluptuosidad fue el fruto de su enlace, a quien se representa portando un ramo de rosas rojas.

La historia del amor entre Cupido y Psique está en la base del cuento de La bella durmiente (que tiene sus orígenes en el siglo XVII) en el que la protagonista, dormida por los encantos de una maldición, es despertada por el beso de amor verdadero de un príncipe, quedando unidos para siempre jamás.

Más banal es la interpretación que del cuento de Cupido y Psique hizo el Romancero español de finales del siglo XV, que pone en boca de Cupido estas palabras: «Le diré madre un ardid y maña para pescar corazones, que ya tan raros se hallan; sepa madre que no pesca anzuelo a quien cebo falta. Ponga dinero en la flecha y podrá pescar las almas».

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