Opinión | SALIDA DE EMERGENCIA
La radio
Yo me embriagaba con los bombones y ella con la voz de aquel locutor que era tan apuesta como la de su marido muerto
Aunque sean las mismas, las noticias no lo parecen si las ves en la televisión o las escuchas en la radio. Y es que la radio tiene ese algo misterioso, casi mágico, que te permite imaginar allí donde las imágenes no existen. Mi madre, no sé si se lo inventa o es verdad, siempre cuenta que lo que más le gustaba de la radio era cuando contaban aquellas historias truculentas de amoríos perdidos en una España que lo más hermoso que tenía era el sol en los días de invierno. A mí me gusta escuchar cómo lo cuenta y me gusta cuando dice que alrededor de la radio estaban todas y todas eran ella, su madre, su abuela y la hermana de su abuela, la tía Apolonia, a la que la guerra le arrebató su casa dejándole solo un pequeño aparato de radio, con el que iba a todas partes, y el dinero, que siempre llevaba en el refajo para que nadie se lo robara; ni siquiera la guerra lo consiguió. Ayer fue el día de la radio y casi sin querer delante de mí apareció mi tío Luis arrodillado sobre el frío suelo de la casa de El Buen Pastor escuchando misa y rodeado de sus santos, mientras el resto de la casa parecía ignorarlo y extrañamente lo recuerdo a él y supongo que escuchaba misa porque había imágenes de santos sobre la mesita pequeña, pero sin embargo no recuerdo ningún sonido, pero sí recuerdo la radio y sus manos entrelazadas y sus ojos cerrados y una cadencia silenciosa que se le escurría entre los labios. Siempre lo recuerdo rezando y escuchando la radio o al menos delante de una radio que quizá nunca funcionó porque el tío Luis se sabía de memoria todas aquellas oraciones y no necesitaba que nadie se las recordara, pero la radio tenía que estar porque la radio había sido de su hermano mayor y era algo así como un altar a la memoria y a la vida. Y es que la radio tiene mucho de memoria y de vida y sigue siendo el lugar tranquilo donde las cosas suceden cuando las voces se encienden y como si de magia se tratara todo es posible, porque esas voces activan la imaginación y van más allá de la noticia o del chascarrillo y son destellos en el infinito o trozos de barandillas hilvanadas en el espacio de las cosas y las casas comunes. Mi abuela Sara decía: «Enciende la radio, niña, y trae unos bombones de licor y comencemos a soñar con las palabras de los otros». Y eso hacíamos y yo me embriagaba con los bombones y ella con la voz de aquel locutor que era tan apuesta como la de su marido muerto. Quizá eso es lo que más me gustaba y gusta de la radio.
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