Opinión | LA RÚBRICA
‘Enamorrados’
El despecho es una emoción que nace de la decepción, se alimenta de rencor y gangrena de odio los tejidos del comportamiento. Esta malquerencia nace en nuestro ánimo por los desengaños que frustran los deseos y expectativas que tenemos. La decepción es natural, por mucho que nos hayamos puesto metas inalcanzables. Ahora, es más difícil asimilar una leche de realidad latosa que digerir una cuajada de ficción con intolerancia a la lactosa. Cumplimos años, pero somos niños llenos de anhelos que nos enojamos si no tenemos lo que antojamos. Lo peligroso es que convertimos un capricho en un derecho. Nace así la ansiedad de una obsesión que, como mínimo, desestabiliza el equilibrio psicológico. Si el resquemor se apodera del dolor, para convertirlo en venganza, la desesperación se transforma en cólera y la enajenación deja un reguero de víctimas. Los damnificados de este atentado son la autoestima del protagonista, que se queda sin vergüenza, y la integridad de las personas atacadas que se llegan a victimizar por la irracionalidad de su agresor. Para colmo, las personas despechadas rumian con adicción en su herida buscando, de forma maquiavélica, cómo causar más daño a quien creen que les ha ultrajado. Lo más grave llega cuando la maldad, que no la locura, incita a cometer delitos como los que suelen estar presentes en la violencia machista.
Los despechados viven amargados con la bilis de su desencanto. Muestran su contrariedad con el gesto torcido del rostro, lo que les convierte en seres rostreros. Siempre están de morros porque no tienen ninguna pretensión que llevarse a la boca. Envidian a los morrudos, que disfrutan como golosos, mientras sufren en su hocico la ausencia de humildad. La pasión del enfado les dibuja como unos tortolitos embelesados con su resentimiento. Los demás les miramos con tanta pena como ternura, comprendiendo que están locamente enamorrados mientras celebran san berrinchín.
El rencor que emana del despecho es muy humano, pero no exclusivo de nuestra especie. John Marzluff es profesor de ciencias silvestres en la Universidad de Washington. Trabaja con cuervos y analiza el comportamiento de estas aves que tienen mala fama pero son muy inteligentes, ya que disponen de un gran cerebro. Además, son tan listos como los chimpancés, resuelven problemas complejos, fabrican y usan herramientas elaboradas, se comunican entre sí, podrían tener culturas propias y reconocen las caras de las personas. Será por todo esto, o no, pero estos pájaros son muy rencorosos. Ahora bien, ¿cuánto dura su resentimiento? En 2006 este investigador quiso saberlo. Para ello se puso una máscara de ogro y se dedicó a capturar cuervos en el campus universitario. Cada vez que en años sucesivos salía con su disfraz, estos córvidos le regañaban agresivamente con graznidos. Tras diecisiete años de paseos con su careta, ya no mostraban rencor y no había restos de despecho. Casi nada.
La vanidad es la pareja del despecho. Esta semana ha triunfado el malquerer presuntuoso e impostado de Montoya. Porque si lo mejor de la tentación es caer en ella, lo peor es tener la obligación de hacerlo. Este reality caribeño de enredos ya formó parte del guión de Los Simpson. ¡Ojo, espóiler! Mientras Homer y su familia ven un capítulo de La isla de los idiotas promiscuos, se revela que los participantes están, en realidad, en una península. José Carlos, como buen concursante de este show, responde ante el supuesto engaño teatralizado, con dolor, odio y la amenaza vengativa de este tenorio profesional, humillado por su pareja y, sobre todo, deshonrado ante el género machulino.
Los despechados fachapatriots festejan en su estercolero totalitario los aranceles yanquis contra Europa. En su seno no hay ingeniosos cuervos sino buitres que se alimentan de la carroña que generan. La pinza de Trump y Putin contra Ucrania, junto a la internacional ultra, toma de rehén a la cohesión europea para desplegar con impunidad su Anschluss invasor. Los imperialismos capitalistas han dado paso a los digitalistas. Musk decide y Donald firma como nuevo Calimero, ese dictador y especulador de Tirania (La gran aventura de Mortadelo y Filemón, Javier Fesser, 2003). La vieja y abierta Europa tendrá que mirar más a Latinoamérica y Asia para equilibrar el planeta. Los europeos iremos, como en Fuenteovejuna, todos a una contra el asesinato de la UE. Como diría el famoso espadachín: «Hola, me llamo Íñigo Montoya. Fascistas, estáis matando Europa, preparaos para morir».
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