Opinión | LIBERTAD Y RESPETO

La interrogación de los niños

A lo largo de la historia, la especie humana se ha caracterizado por su capacidad de migración, expandiéndose y asentándose en distintos territorios del planeta. Como bien expresó Camões en su epopeya Os Lusíadas: «Y si hubiera más mundo, ellos hubieran llegado hasta él». No cabe duda de que todos somos producto de la migración. Más aún, debemos reconocer que este fenómeno ha sido y sigue siendo una fuente de enriquecimiento para nuestra especie. Aunque estemos conformados por diversas razas y culturas, compartimos una misma humanidad, independiente de colores, géneros o circunstancias. San Agustín lo manifestó con absoluta claridad:

«Quienquiera que en cualquier región haya nacido como ser humano, es decir, como criatura mortal racional, por extraño que nos parezca en su forma corporal, color, movimiento, forma de comunicación o en cualquier facultad, parte o cualidad de su naturaleza, desciende del primer hombre creado, y que ningún creyente albergue sobre esto la menor duda».

Es necesario que admitamos, sin matices, dos realidades: que todas las personas somos iguales en derechos y libertades y que la migración ha sido, es y será la marca de desarrollo de nuestra especie y no admitir esto nos conduce a escenarios con serios problemas para el conjunto. Repasemos algunos de ellos.

Uno de los temas más preocupantes es el cambio climático. Hemos sido nosotros quienes lo hemos provocado con nuestra anarquía y egoísmo de vida. Aunque es probable que no lo sintamos demasiado, con toda seguridad las siguientes generaciones, nuestros hijos, serán los principales sufridores. Por esto, debemos mentalizarnos por completo y gestionar todas las correcciones necesarias para que la naturaleza no nos haga pagar un precio demasiado elevado. Pongamos a la ciencia en la vanguardia de las soluciones y abandonemos el egoísmo de unos cuantos, cuyo discurso nos conduce al abismo. No es necesario enumerar los últimos acontecimientos naturales que hemos sufrido.

En la actualidad, el comercio, que es la base de nuestro desarrollo, está siendo alterado por las ansias de poder del gobierno de los Estados Unidos. El comercio no debería tener fronteras; es necesario que la economía productiva no tenga barreras para llegar a todos los colectivos. Esto permitirá un desarrollo mejor y más equilibrado de las sociedades. Desde el punto de vista de la gestión política, ya se generan unas defensas territoriales que lo único que aportan son costes que, sin duda, estarían mejor utilizados para retos sociales más importantes. Sin embargo, en estos momentos, el imprevisible presidente Trump exige a los países miembros de la OTAN que inviertan más en gastos de defensa.

Cualquier líder político con un mínimo de humanidad se esforzaría para que las guerras cesaran y el entendimiento entre los países fuera normal. Pero aquí ha calado muy hondo la famosa frase de Publio Flavio Vegecio: Si vis pacem, para bellum, que, bien analizada, es una gran mentira. En el caso de estar preparando la maquinaria de guerra, esta se convierte en parte de un negocio y necesita que la guerra sea una realidad.

No renunciamos a los bloques, y eso hace que nos miremos con recelo y odio, lo cual es el mejor cultivo de las guerras. Para disimularlo, unos y otros nos cubrimos con el manto de una democracia ficticia y una justicia nada justa. Todo esto provoca que los ciudadanos de a pie nos sintamos posicionados en una situación que, sin duda, no nos beneficia y, en muchas ocasiones, nos perjudica. Para ello, utilizan determinados medios de comunicación que no transmiten información contrastada y neutral; más bien, está infectada por esos grupos que buscan su poder personal. Las redes son la vanguardia de esos mensajes emponzoñados y nadie reclama responsabilidad por estas formas.

Si nos fijamos en los niños, podremos observar cómo la interrogación es el fundamento que les va generando el conocimiento, y lo hacen a través de la realidad. Pues bien, por razones extrañas, abandonamos ese ejercicio de interrogación y nos movemos por sentimientos viscerales que no nos dan respuesta a las necesidades que debemos demandar con raciocinio y fundamentadas en el conocimiento.

Una vez más, reivindico la cultura como el mejor antídoto contra el individualismo y la irracionalidad. Solo a través de la educación y el pensamiento crítico podremos aspirar a una sociedad más justa, equitativa y libre.

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