Opinión | EDITORIAL
Crisis de confianza de la OTAN
Los prolegómenos de la Conferencia de Múnich y el tono del inicio de las sesiones no dejan lugar a dudas acerca del cambio de paradigma en materia de seguridad en Europa. Las declaraciones del secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, a renglón seguido del enfoque dado por el presidente Donald Trump a la negociación con Rusia para llegar a un acuerdo en Ucrania sin que participe Europa en la negociación y la irrupción del vicepresidente J. D. Vance en Múnich abundan en la idea de que los socios europeos de la OTAN deben cuidar de sí mismos, aumentar considerablemente su presupuesto militar y olvidarse del compromiso histórico estadounidense con la seguridad del continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La peculiar combinación de presión diplomática y presión económica que caracteriza la gestión de Trump lleva inexorablemente a un profundo cambio en la relación entre los aliados.
Los equilibrios del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, para no alimentar la crisis de confianza entre los de momento aún socios y a debilitarlos frente a la injerencia rusa en los asuntos europeos apenas sirve para disimular la envergadura de la crisis interna. Estados Unidos insiste en que el gasto militar de los europeos debe equivaler ya no al 2% sino al 5% del PIB de cada socio, lo que en la práctica supone que países como España e Italia deben poco menos que triplicar su presupuesto de defensa. Pone Hegseth como ejemplo a Polonia, que destina más del 4% del PIB, y al hacerlo no hace más que insistir en que la seguridad y la defensa de Europa compete en primera instancia a los europeos. Pero ese cambio de modelo, de producirse, requiere introducir también cambios en el diseño y estrategia de la OTAN, dos funciones que hasta ahora EEUU entendió siempre como suyas.
Las críticas públicas a los gobernantes europeos vertidas por el vicepresidente J.D. Vance y respondidas por el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, han puesto de relieve la atmósfera de confrontación y crisis que se ha instalado en Múnich. La insistencia de Vance en que Europa debe reforzar su defensa y Estados Unidos debe «enfocarse en otros temas» confirma que el primer propósito de la Casa Blanca es competir y acotar la influencia de China en todos los ámbitos. Cualquier otro objetivo es secundario y no debe desviar recursos del pulso económico y de seguridad en el Pacífico occidental, con Taiwán en primer término. Nunca antes se había escenificado con tanta crudeza y en público un disenso tan profundo entre Estados Unidos y los socios europeos de la OTAN.
El hecho es que la Administración de Trump no incluye a Rusia en el apartado «amenazas globales» utilizado por Vance en Múnich, cuando para los europeos lo es. Estados Unidos parte de la convicción de que un arreglo a la mayor brevedad que acalle las armas en Ucrania es suficiente para tender puentes con Rusia; la Unión Europea entiende que una componenda que excluya de la negociación a Ucrania y se le imponga al Gobierno de Volodímir Zelenski será un factor de inestabilidad incluso a corto plazo. Ingredientes todos ellos que alimentan una insólita atmósfera de desacuerdo en el hemisferio occidental que, en última instancia, obligará a los estados europeos a plantearse de inmediato cómo proceder si la OTAN pierde su utilidad como paraguas.
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