Opinión | CON LA VENIA

Empatía Real

Tras el Golpe de Estado de 1981 se produjo una reforma profunda de nuestro sistema constitucional. Anteriormente, contábamos con un rey parlamentario constitucional, lo que supuso dotarnos de un modelo parlamentario de monarquía homologable con otras monarquías europeas. Y sin embargo, a nuestro sistema le faltaba algo tan sustancial como su plena legitimación ciudadana. Le faltaba, concretamente, lograr el apego íntimo de la ciudadanía, el cariño y el afecto de la gente normal y corriente. Pero aquella noche la inmensa mayoría comprendió que el Rey Juan Carlos I era una pieza clave para el mantenimiento del conjunto del sistema, incluidas las Fuerzas Armadas concebidas desde entonces como un instrumento al servicio de la Constitución democrática y del resto del ordenamiento jurídico. La conducta de Juan Carlos I fue decisiva para producir esa transformación. ¿Es probable que el Rey tuviera en cuenta la suerte de sus parientes griegos, cuya torpeza determinó el final de la monarquía? En cualquier caso, el modelo sirvió como experiencia inolvidable para todos los países y formas de gobernar sometidos al horror más que probable de un golpe de Estado.

Es un hecho que, afortunadamente, en el caso de España fue feliz pues el golpe finalmente se truncó y también de algún modo el fracaso de la intentona ha sido la eficaz vacuna que ha impedido la recaída en la misma enfermedad y en cualquiera de sus modalidades. Frente a los que opinan que el factor personal es poco significativo a la hora de explicar lo sucedido en España, soy de los que creen que la conducta del entonces Rey, en especial su comparecencia en la televisión pública, fueron elementos decisivos para el triunfo de la Constitución. Unos minutos de aquella madrugada dieron legitimidad al Rey, y a los españoles un nuevo sentido a su condición ciudadana. Podíamos dormir más tranquilos. No es de extrañar que muchas personas, entre las que me incluyo, veníamos sosteniendo que si bien no éramos monárquicos, éramos Juancarlistas.

Las cosas han cambiado en los últimos tiempos. Por de pronto, hay un nuevo Rey. Un cambio que no se produjo como consecuencia del hecho sucesorio sino como consecuencia de la abdicación de Juan Carlos. No es fácil determinar los motivos o causas que provocaron tal decisión. En términos generales se puede afirmar que en aquel momento era la única forma de salvaguardar la institución monárquica ante su desprestigio progresivo. Juan Carlos I había dejado de ser parte de la solución para convertirse en parte del problema. Algo semejante dijo también Felipe González cuando trató de explicar su decisión de abandonar la presidencia del Gobierno. En este caso, su decisión se mostró como un fracaso, por no haberse logrado llevar a cabo tal difícil transición. Y en el caso del Rey Juan Carlos las más relevantes acusaciones fueron, primero, la acumulación no justificada de una enorme fortuna personal, los excesos de su vida sexual extraconyugal que en ocasiones cursó de manera discreta pero en otras de manera pública y notoria; y, por último, su pasión por la caza mayor.

Con la caza que lleva a la muerte a muchos animales hay que tener cuidado, por cuanto es un deporte tradicional de reyes pero, al propio tiempo, para millones de personas en todo el mundo los animales son los mejores compañeros y muchas veces, por mor de la soledad creciente, los únicos amigos. La consecuencia es que la caza empieza a tener mala prensa, y en muchos casos es una actividad perseguida por los animalistas, cada vez más numerosos y organizados. La cosa se agrava cuando se trata de caza mayor y de animales protegidos, pues su matanza o malos tratos puede ser considerada un auténtico crimen.

El rey Felipe VI se ha encontrado con un panorama muy complejo, pues debe en primer lugar lograr la recuperación del prestigio de la monarquía puesta en cuestión por la conducta del Rey emérito. Por el momento está logrando su objetivo prioritario y con seguridad tal proceso se ha facilitado gracias a que prima en el nuevo Rey un componente de inteligente y cálida empatía que le aleja del riesgo de reproducir los pecados propios de los Borbones antes subrayados.

Creo que en ese proceso ha tenido mucho que ver la forma de actuar frente a la tragedia de Valencia, donde Felipe VI ha sabido mostrar una solidaridad cercana y afectuosa con las víctimas de las inundaciones. Se mantuvo firme en su sitio junto a la gente triste y desolada y apostaría, conocida nuestra idiosincrasia emocional, que los españoles nunca olvidarán su respuesta a la catástrofe. No es cuestión menor y puede llegar a ser un factor decisivo para la recuperación del prestigio de la monarquía, análogo al comportamiento que tuvo su padre con ocasión del golpe de Estado fallido. En ambos casos, el Rey fue Rey, ejerció como tal y justo es reconocerlo.

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