Opinión | EDITORIAL

La batalla por la inteligencia artificial

La carrera por la inteligencia artificial, como durante la Guerra Fría la carrera armamentística o por la conquista del espacio, está servida. Es una carrera que, al igual que la de entonces, se libra tanto en el plano tecnológico como en el geopolítico, aunque en esta ocasión sus consecuencias para la humanidad pueden ir más allá. Estados Unidos, China y la Unión Europea se disputan el liderazgo, cada uno con enfoques distintos y a través de iniciativas diversas. Hasta ahora, Estados Unidos ha gozado de una posición aventajada gracias al impulso de la iniciativa privada con empresas como Google, Microsoft, Palantir y sobre todo de OpenAI, desarrolladora de ChatGPT. Hace unas semanas hizo su irrupción la iniciativa china DeepSeek, que da cuenta de que el desarrollo de la IA se ha convertido en una prioridad para el Gobierno de Pekín, cuyas inversiones recientes superan los 150.000 millones de dólares. La Unión Europea ha sido la última en sumarse a la competición y esta misma semana ha anunciado una inversión de 200.000 millones de euros.

En 2023, las empresas norteamericanas invirtieron 67.000 millones, a mucha distancia de cualquier otro país, y encabezan el número de modelos de desarrollo de lenguaje a gran escala destinados a la IA, aunque han ido perdiendo posiciones en relación al volumen de patentes de IA concedidas y al número de robots industriales instalados al ser claramente superados por China. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha supuesto un espaldarazo público a la industria de la IA americana gracias a la iniciativa Stargate, que en colaboración con gigantes tecnológicos como SoftBank, OpenAI, Oracle y MG, pretende invertir 500.000 millones de dólares para crear una red de centros de datos masivos en Estados Unidos para impulsar el desarrollo de modelos de IA avanzados.

China, con la reciente presentación de DeepSeek, ha cuestionado el modelo americano. En 2023 invirtió tan solo 7.800 millones y ha demostrado que se pueden desarrollar modelos muy parecidos a un coste inferior. Además, actualmente ya cuenta con un uso extendido de la IA en sus ciudades inteligentes y en sus sistemas de vigilancia, produce más publicaciones científicas sobre la materia que cualquier otro país y sus universidades son referentes en redes neuronales y computación cuántica. Sin embargo, tiene dificultades en el desarrollo de semiconductores porque los controles a la exportación le perjudican, algo que puede servir para potenciar su propia industria.

La Unión Europea, por su parte, es la más rezagada tanto por lo que respecta al volumen de inversión como al número de empresas, hasta el punto de que el propio Emmanuel Macron reconocía que ni siquiera estaba en la carrera. Pero, en consonancia con el informe Draghi, ha decidido no renunciar a ella y la Comisión Europea destinará 50.000 millones de euros y la iniciativa privada 150.000. Europa se distingue, además, por ser la más consciente de los potenciales riesgos que entraña la IA y abandera una regulación ética y responsable, en contraste con la posición de Estados Unidos partidaria de una regulación mínima. Una posición que debería ser compatible con evitar el exceso de regulación y la fragmentación nacional con el objetivo de favorecer la autonomía estratégica.

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