Opinión | FIRMA INVITADA

El esperpento europeo

Debemos a Valle Inclán un concepto, el esperpento, que tanto sirve para retratar la decadencia de España tras el desastre del 98 como para aplicarlo hoy a Europa. Por un lado, están las ínfulas de grandeza, al ser la cuna de occidente, guardián de sus esencias únicas y legitimador último de cualquier cosa que aspire a recibir la etiqueta de «civilizada». Si a esa soberbia, con las correspondientes dosis de hipocresía y cinismo, unimos la falta real de talla y ejemplaridad, tenemos esa figura grotesca que es el esperpento.

En relación a su política exterior no hay mejor prueba de ello que la incapacidad de la Unión o de alguno de sus países para resolver los problemas que le interpelan. Es el caso de la situación actual de Ucrania y la eterna crisis de Palestina, donde las superficiales buenas palabras contrastan con la incapacidad para tomar decisión efectiva alguna, teniendo además en cuenta que fueron los europeos, unas veces delante y otras detrás de Estados Unidos, quienes crearon las condiciones de ambos conflictos. Otros ejemplos son la incapacidad de Francia para mantener buenas relaciones con sus excolonias africanas, que han preferido la compañía de Rusia, o la impotencia de España para llevarse bien con las suyas, en ambos casos sin saber ver la patética posición de debilidad en la que están.

Pero es que, por lo que respecta al adentro europeo, resulta que el nuevo vicepresidente de Trump ha venido a decirnos, en nuestra propia casa, que basta ya de legislar sobre las opiniones que han de caber en las redes sociales o sobre los votos que han de valer en los procesos electorales, sea el reciente de Rumanía o el próximo de Alemania, pues eso nada tiene que ver con la tan mentada libertad de expresión, lo cual ha colocado a Europa muy lejos de sus propios valores. En fin, que el vocero de Trump ha venido a decirnos, como aquel niño al rey en el cuento de Andersen, que estamos desnudos. A pesar las ínfulas.

Más allá de Europa nadie se ha sorprendido. Todos saben, desde sus propias carnes, que Europa nunca ha sido moderna con su modo democrático de hacer política, ya que la tendencia premoderna a abusar del poder nunca fue realmente suplantada por el ideal moderno de garantizar la libertad. No solo fuera, como era bastante obvio para el Sur Global desde hace tiempo, sino también dentro, como ya nos dice sin paños calientes el amigo americano, aunque arrime el ascua su sardina.

Si el continente se mira en la parte de sí, España, que inventó el esperpento para describirse, y toma nota de la decadencia sin límites en la que nuestro país se sumió, aún estará a tiempo de aceptar su muerte para luego renacer. Si no lo hace, penará, como España, una interminable agonía en compañía de sus demonios y fantasmas.

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