Opinión | EL COMENTARIO

Alzad la voz

En casa de mis padres había un librito de relatos titulado Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. Lo escribió Woody Allen, siempre irónico y provocador. Pero la derecha que nos gobierna parece que se lo ha tomado al pie de la letra.

Hace apenas unos días se publicó el informe Lo mejor de la cultura 2024, del Observatorio de la Cultura de Fundación Contemporánea. Representantes de organizaciones culturales de toda España, profesionales del sector y medios de comunicación valoran las ofertas culturales de las comunidades y ciudades de España. Aragón aparece en la última posición. En el furgón de cola y empeorando.

Hay quien dice que a los conservadores no les interesa la cultura. No es cierto. A la derecha que nos gobierna le interesa muchísimo la cultura y los medios de comunicación. Solo que sus intereses son espurios. Han sustituido el interés general ciudadano por el negocio privado y la batalla cultural.

Los espacios culturales cumplen muchas funciones, entre ellas la del entretenimiento. De todas las funciones de la cultura, probablemente sea el entretenimiento la única que pueda dar rentabilidad económica a una película, a un concierto o a una obra de teatro. Eso, si se hace en la gran ciudad porque proyectar cine o hacer un festival en un pueblo es de todo menos rentable económicamente. A donde no puede llegar la iniciativa privada es donde tienen que llegar las políticas públicas.

Las políticas culturales públicas no deben reducirse al entretenimiento. Están para programar o para apoyar a quienes programan otras propuestas quizás menos masivas, pero más atrevidas artísticamente. Están para reforzar la frágil industria cultural aragonesa. Están para facilitar que las propuestas culturales de calidad lleguen también al medio rural. El arte, la cultura más allá de lo comercial, amplían nuestro disfrute, profundizan nuestros sentimientos, refuerzan nuestro sentido crítico. Nos hacen crecer como ciudadanos y nos refuerzan como comunidad. Hacen que Aragón sea más fuerte. Yo sospecho que precisamente ahí está el problema, eso es lo que se está tratando de evitar.

Los mercaderes han entrado en el templo. Desde el Ayuntamiento de Zaragoza o desde el Gobierno de Aragón nos deslumbran con chorros de luces, drones voladores y festivales de flores. Pero todo ese inmenso envoltorio de papel de celofán y brillantina oculta una propuesta cultural e informativa depauperada, raquítica en lo artístico, demoledora para los profesionales y desoladora para la ciudadanía.

No es sólo cuestión de dinero. No se trata solo de que unos pocos elegidos puedan hacer negocio a costa de utilizar en su propio beneficio los parques, los teatros y los espacios públicos. No, no es sólo dinero. Por encima de todo, o por debajo de todo, es una batalla cultural que nos están ganando. Es una estrategia que consiste en vaciar los espacios de formación y de creación, en desdeñar a los profesionales, en eliminar las voces discrepantes, en anular metódica y sistemáticamente todas las opciones que teníamos los aragoneses de alcanzar un espíritu crítico y un disfrute artístico, y hacerlo bajo nuestras propias narices, por lo civil o por lo criminal. Es una política consciente de utilizar los medios de comunicación públicos para silenciar las voces discordantes y sustituirlas por las que transmiten un pensamiento único profundamente conservador.

La lista de caídos comienza a ser interminable. Etopia. Las Armas. La Harinera. El Periferias de Huesca. El Museo de Zaragoza. El Slap Festival. El Doña de La Almunia. Otros muchos, pendientes de un hilo. Los grandes espacios, como el parque Grande o la plaza del Pilar, privatizados cuando conviene. Y unos pocos como el Pirineos Sur, el Teatro Principal o el Auditorio de Zaragoza, sobreviviendo a programaciones de consumo masivo y mínimo riesgo cultural, en las que de vez en cuando aparece una propuesta de calidad como una margarita en un desierto. Pero de esto nos enteramos poco porque los medios públicos como Aragón Radio, Aragón Televisión o el Diario de Teruel también tienen sus voces maniatadas y han visto cómo los politólogos, economistas o juristas se sustituían por opinadores parduzcos con olor a naftalina. De los medios privados hablamos otro día.

Aspirábamos a ser la Florencia renacentista y nos estamos quedando en Vetusta, la heroica ciudad que dormía la siesta. ¿Nos vamos a conformar?

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