Opinión

1981, el año del 23-F

"Quien se subleve está dispuesto a provocar una guerra civil y será responsable de ella". Estas fueron las contundentes palabras que el Rey de España, Juan Carlos I, dirigió al general golpista Milans del Bosch, en la madrugada del 23 al 24 de febrero de 1981. Horas antes, el militar, entonces capitán general de la III Región Militar, había publicado un bando en el que declaraba un inconstitucional Estado de Guerra, y ordenado que los tanques salieran a recorrer las calles de Valencia.

Tres meses antes del golpe de Estado del 23-F, el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa) ya había avisado al Gobierno –aún presidido por el ucedista Adolfo Suárez– de una serie de operaciones “en fase de maduración” para subvertir el orden constitucional emanado de la España democrática que empezaba a consolidarse tras 36 años de dictadura franquista.

El domingo, 22 de febrero de 1981, el diario ultraderechista "El Alcázar", que llevaba ya unas semanas publicando una serie de artículos anónimos, bajo el pseudónimo de Almendros, incitando al golpe de Estado, sacaba una enigmática portada en la que, sobre la foto del hemiciclo vacío de las Cortes, un titular en diagonal rezaba: “El próximo lunes a las 17,30…”

"¡Al suelo, quieto todo el mundo, se sienten, c…!". El lunes, 23 de febrero de 1981, a la hora anunciada por “El Alcázar”, “un hombre con sombrero de toreador y una pistola” (así describió al teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, un informador alemán) irrumpió, junto a varias decenas de guardias civiles armados, en el Congreso de los Diputados, interrumpiendo la investidura del candidato constitucional (el ucedista Leopoldo Calvo-Sotelo) a la presidencia del Gobierno.

Pese a las metralletas, una de las cámaras de RTVE, no solo logra difundir en directo lo que está pasando, sino que, además, conectada a la centralita del camión de retransmisiones, está grabando en vídeo los hechos para la posteridad.

En un momento dado, algunos de los guardias civiles disparan varias ráfagas al techo del hemiciclo. Entonces, los diputados se acurrucan debajo de sus escaños, excepto Adolfo Suárez –presidente en funciones del Gobierno–, Santiago Carrillo –secretario general del PCE– y el vicepresidente en funciones del Gobierno, el teniente general Gutiérrez Mellado, a quien, en vano, Tejero intentará doblegar con una tentativa de llave de judo.

Los militares golpistas pronto se encuentran sin el apoyo de la mayoría de las Fuerzas Armadas. La JUJEM (Junta de Jefes de Estado Mayor) logra controlar la situación y los directores generales de la Guardia Civil, Aramburu Topete y de la Policía Nacional, Sáenz de Santamaría, montan su cuartel general en el Hotel Palace, frente al Parlamento.

Mientras, en el interior del hemiciclo, el capitán Acera sube al estrado para decir a los diputados que esperan la llegada de la “autoridad competente, por supuesto militar”.

Aparece en escena el exsecretario de la Casa Real, Alfonso Armada, quien se habría postulado para presidente de un “Gobierno de coalición o de salvación nacional”, (emulando al de la dictadura del general Primo de Rivera, tras su golpe de Estado del año 1923), incluyendo en él a políticos de la derecha (UCD –Unión de Centro Democrático– y AP –Alianza Popular–) y de la izquierda española (PSOE –Partido Socialista Obrero Español–), e impidiendo la existencia del PCE (Partido Comunista de España) y de los partidos nacionalistas.

Pero el inequívoco mensaje del Rey por TVE en la madrugada del 24 de febrero: (“La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar, en forma alguna, acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución, votada por el pueblo español, determinó en su día a través de referéndum”), vestido con el uniforme de Capitán General del Ejército de Tierra, cortó de raíz las pretensiones del general Armada, al no dejar otra salida a la crisis que la del inmediato restablecimiento de la legalidad constitucional.

 El viernes, 27 de febrero de 1981, millones de personas se manifestaron en toda España, a la caída de la tarde, en defensa de la libertad y de la democracia. En Madrid, con una enorme pancarta en la que se leía” Viva el Rey”, el final de la manifestación (que congregó a más de millón y medio de personas), se situó frente al Congreso de los Diputados. Allí, la periodista Rosa María Mateo leyó un histórico manifiesto, fruto del consenso entre la mayoría de fuerzas políticas y sindicales del país.

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