Opinión | LIBERTAD Y RESPETO

Camino hacia la salud mental

Quizás con este artículo me esté metiendo en un jardín que, por ignorancia, no sepa gestionar. Sin embargo, para garantizar un enfoque adecuado del problema que deseo tratar –la salud mental– quiero utilizar una reflexión de Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades: «La incertidumbre es el hábitat natural de la vida humana, si bien la esperanza de escapar de esta incertidumbre es el motor de nuestra búsqueda vital».

Es cierto que la pérdida de esperanza significa entrar en un campo de desorientación sin brújula, lo que conduce, en primer lugar, al desánimo y, paulatinamente, a una pérdida de uno mismo y a un bloqueo del ser.

En la actualidad, se ha empezado a comprender que estas alteraciones mentales no dejan de ser otra cosa que enfermedades que requieren tratamiento y con el cual nos permite recuperar la normalidad. Es cuestión de plantearlo de esta manera. Cuando la gripe nos ataca y nos sentimos fatal –algo completamente normal– lo anunciamos sin reparo: «Estoy con gripe, me voy a quedar en cama hasta que me encuentre mejor».

Nadie que recibe esta noticia piensa que la persona contagiada ha hecho algo raro que deba ponernos en guardia. Pues bien, cuando nuestra mente cambia, y no responde a lo que somos debido a situaciones difíciles en la vida, estamos ante una enfermedad que debemos combatir. Primero, con la aceptación propia de lo que nos sucede; luego, con la comprensión de nuestro entorno, al igual que con una simple gripe, sin miradas de recelo ni prejuicios absurdos.

Debemos echar la vista atrás y recordar la pandemia del VIH (Sida), cuando quienes lo sufrían guardaban el secreto por miedo a la reacción de los demás, incluso de sus seres más cercanos. Por fortuna, esto ya ha cambiado, y ahora, quienes padecen la enfermedad apenas encuentran rechazo social. Pues bien, con las enfermedades mentales debemos seguir el mismo camino: pasar del aislamiento de quienes las padecen al apoyo incondicional de los demás. Sobre todo, debemos ilustrarnos sobre las distintas formas en que se manifiestan estas dolencias, ya que el conocimiento es una herramienta clave para la prevención.

Por lo general, quienes sufren este tipo de enfermedades tienden a aislarse tanto de la sociedad como de su entorno, lo que sin duda agrava su situación. Vivimos en una época de excesos, tanto en lo profesional como en lo social, y no es fácil resistir la presión que recibimos. Nos enfrentamos a una necesidad desmesurada de consumo y a una continua exigencia de demostrar que somos más capaces que nadie.

En definitiva, es preciso reconsiderar nuestro modelo de sociedad y hacerlo más humano. Al fin y al cabo, esa es nuestra esencia. Mientras tanto, debemos contar con los profesionales adecuados para ayudar a quienes padecen estas enfermedades, proporcionando apoyo y tratamiento que les permita superar sus dificultades y mejorar su calidad de vida.

Esta es, por tanto, una llamada de atención. Primero, para quienes padecen estas enfermedades: que no se oculten y se dejen ayudar tanto por su entorno como por los profesionales. Y segundo, para las administraciones: que comprendan la urgencia del problema y asignen los recursos necesarios para combatirlo. No hacerlo es condenar a estas personas a la exclusión social, algo que ni podemos ni debemos permitir.

Veamos ahora algunos ejemplos de cómo se generan situaciones de convivencia negativas. Quizás el principal problema sea la falta de cultura, que nos impide razonar con criterios propios tras analizar la información externa que recibimos. Vivimos en una sociedad materialista que nos ha llevado a una especie de guerra de trincheras en la que los bandos permanecen enfrentados, haciendo imposible la conciliación de intereses y la reducción de tensiones.

¿A dónde nos conduce esto? Sin duda, a permitir que figuras como Donald Trump influyan en nuestras vidas. Estoy convencido de que, si sus padres lo hubieran llevado a terapia en su infancia para neutralizar el exceso de ego que representa, hoy sería una persona más equilibrada (aunque esto son simples conjeturas) y no esa especie de desquiciado que todo lo teatraliza. Nadie ha mostrado más sus firmas ni ha dedicado tanto esfuerzo a asuntos irrelevantes: que las pajitas sean de plástico en vez de papel, que solo existan hombre y mujer, que se expulse a quienes no le gustan. En fin, un personaje desbordado cuyo impacto aún desconocemos, al igual que su alter ego, Elon Musk, de quien ni siquiera vale la pena hablar.

Debemos aprender a reconocer cuando alguien no se encuentra bien. Ante una enfermedad mental, debe haber una solución médica y comprensión por parte de la sociedad. Pero, sobre todo, debemos empezar a abandonar el individualismo y el populismo para aprender a entendernos y construir una convivencia sana y respetuosa.

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