Opinión | EDITORIAL
La difícil disuasión nuclear europea
El anuncio de Donald Trump de desentenderse progresivamente de la seguridad europea ha abierto un debate estratégico entre los europeos acerca de la necesidad de alcanzar un nivel de disuasión nuclear que no requiera del paraguas de Estados Unidos. Este debate, todavía incipiente, se ha acelerado a raíz de la voluntad de Trump de retirar tropas del continente y de su acercamiento a Vladímir Putin con relación a la guerra de Ucrania. El presidente francés, Emmanuel Macron, y el vencedor de las elecciones alemanas, Friedrich Merz, han intervenido en ese sentido en los últimos días, en respuesta a un posible desistimiento norteamericano, provocando un auténtico terremoto en los esquemas de disuasión establecidos durante la Guerra Fría. La posición expresada por Merz, a favor de que Alemania y otros países puedan compartir los arsenales nucleares de Francia y el Reino Unido ha sacudido el escenario europeo. Por la complejidad que entraña y por venir la propuesta del país con el que franceses y británicos se han enfrentado en dos ocasiones durante el siglo XX.
Aunque las ideas intercambiadas entre los principales líderes europeos son todavía de carácter general, el objetivo pretendido es ambicioso: disponer de una fuerza nuclear propia, y suficientemente efectiva, para disuadir a Rusia del uso de armas nucleares contra Europa. Basta con recordar que Rusia dispone de más de 6.000 cabezas nucleares, mientras Francia y el Reino Unido –los dos únicos países europeos que disponen de ellas– suman algo más de 500. En consecuencia, salir del paraguas que suponen las 5.500 cabezas nucleares de Estados Unidos debería ir acompañado, necesariamente, de un aumento de la potencia disuasoria nuclear europea si Europa no quiere quedar a merced de la amenaza rusa.
Por otra parte, este aumento no se mide solo en cabezas nucleares, sino en capacidad de transformar lo que hoy son los arsenales de dos países en una fuerza nuclear operativa de carácter europeo. Macron se ha manifestado a favor de estudiar esta posibilidad, pero Francia siempre ha advertido, hasta el momento, que sus ojivas nucleares solo pueden ser manejadas por el alto mando francés. En cuanto al Reino Unido –cuyo submarino portador de los misiles que serían lanzados en caso de ataque nuclear ruso debe recalar periódicamente en una base norteamericana para mantenimiento–, participar de una opción continental sería difícilmente compatible con su histórica relación privilegiada con Estados Unidos.
Sin embargo, el despliegue de la nueva política exterior norteamericana, de confrontación económica con la UE y de renuncia de los compromisos que condujeron a crear la Alianza Atlántica, puede producir movimientos impensables hasta hace unos meses. El reto para Europa es mayúsculo, pues la Unión como tal tampoco existe en el plano militar convencional. No solo porque se materializó en torno a una opción blanda, dando prioridad a la cooperación sobre la defensa, sino porque dispone de 17 modelos distintos de tanques de combate, 28 tipos de destructores y 20 clases de cazas-bombarderos. Es decir que antes de plantearse la existencia de una fuerza nuclear propia, tiene mucho que hacer, y mucho por invertir en defensa, si quiere presentarse en las fronteras del este con capacidad de disuasión.
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