Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Dylan

Siempre se ha dicho –de ahí, seguramente, el título de esta muy recomendable película, A complete unknown– que Bob Dylan (recreado por Timothée Chalamet) era y sigue siendo un perfecto y completo desconocido, incluso para sí mismo.

Un hombre –un genio– cuyas turbulencias y descubrimientos le estarían llevando mucho más allá que al resto de sus contemporáneos, incluyendo el colectivo de músicos folk de comienzos de los sesenta al que, en un principio, con sus primeras canciones en la mano y su devoción hacia el pionero Woody Guthrie, pertenecía.

La película de James Mangold recrea los primeros años de Dylan, desde el despertar de su arte hasta aquel 1965 en que se produjo su «rebelión», abriendo la instrumentación de su banda a guitarras y órganos eléctricos, e incorporando el revolucionario ritmo del rock al más pausado y clásico del folk.

En honor a la verdad, Bob Dylan no fue nunca exactamente un cantante country como Johnny Cash, o de folk, como Joan Baez, ni tampoco un rockero ni un músico de jazz, sino un verso suelto, un innovador, alguien llamado a superar todos esos géneros y a fundirlos en un estilo propio. Una manera distinta de escribir, componer y cantar que, evolucionando continuamente, tema tras tema, disco tras disco, habría de ir superando el paso del tiempo, hasta resultar plenamente vigente hoy en día, con un Dylan en plena forma a sus ochenta y tres años, componiendo, grabando y actuando sin parar por medio mundo.

La película recrea la intensa, tensa y difícil relación que Dylan mantuvo con una Joan Baez, de la que, tras años de compartir amores e inspiraciones, terminaría alejándose tanto anímica como artísticamente. Ella, con Pete Seeger y otros cantantes folk, defendían la pureza de las raíces de su música, consagrando al género el Festival de Newport, en el que todos, incluido Bobby, actuaban cada año... hasta que Dylan voló por libre. En sus búsquedas, acompañado siempre por su libreta y su guitarra, el genial compositor estaba de continuo rodeado de chicas, de músicos, pero, en el fondo, y de manera permanente, tan solo como únicamente pueden estarlo aquellos que pretendan oír la voz del tiempo, el murmullo del cambio constante o cómo el agua pura del arroyo crece con el deshielo de la inspiración.

Un homenaje al músico contemporáneo más influyente (con permiso de The Beatles).

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