Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA
Las otras cincomarzadas
En la madrugada del 5 de marzo de 1838, las tropas del general carlista Juan Cabañero (turolense, de Urrea de Gaén) asaltaron la muralla de Zaragoza e intentaron hacerse con el control de la ciudad, provocando la reacción inmediata de la población zaragozana, que rechazó e hizo huir a los asaltantes. En recuerdo de aquella jornada, se instituyó la fiesta de la Cincomarzada, que viene celebrándose hasta nuestros días. Sin embargo, en el transcurso de las guerras carlistas (que se sucedieron intermitentemente, desde 1833 hasta 1876), Aragón fue también escenario de otros destacados episodios de armas, los cuales marcaron un hito en la historia de aquellas luchas fratricidas. Estos fueron, algunos de ellos:
Barbastro. 2 de junio de 1837
Aquel día, la división del general isabelino Marcelino Oráa –en la que estaba integrada una brigada de la Legión Extranjera Francesa, al mando del general Joseph Conrad– llegaba a la localidad de Barbastro, en persecución del ejército carlista (a cuya cabeza estaba el mismísimo pretendiente al trono de España, Carlos María Isidro de Borbón), entablándose una dura batalla entre las dos armadas.
La victoria en la batalla de Barbastro se decantó del lado carlista y la Legión Extranjera Francesa (cuyo jefe, Conrad, resultó muerto de un tiro en la cabeza) sufrió tal descalabro, que aquella unidad de élite, que el rey Luis Felipe I de Francia había enviado para ayudar militarmente a la reina Isabel II de España, quedó –tras la batalla– definitivamente disuelta.
Villar de los Navarros. 24 de agosto de 1837
La batalla de Villar de los Navarros pudo haber sido, sin duda alguna, la más decisiva de la primera Guerra Carlista para las aspiraciones al trono del tío de la reina Isabel II. Los carlistas, al mando del Infante Gabriel Sebastián, obtuvieron una completa victoria sobre la división del general isabelino José Clemente Buerens, quien, derrotado, hubo de buscar refugio en Cariñena.
Tras la victoria y sin tropas leales a la reina que pudieran hacerles frente, los carlistas llegaban a Madrid el 12 de septiembre. Nunca antes había estado (ni lo estaría ya más) Carlos María Isidro de Borbón tan cerca de coronarse rey de España. Sin embargo, ante la inminente llegada de las tropas del general Espartero, hubo de abandonar el sitio que había puesto con sus tropas a la capital de España, para no volver a ella jamás.
Maella. 1 de octubre de 1838.
El 1 de octubre de 1838, prevenido el general carlista, Ramón Cabrera, de que el general isabelino Ramón Pardiñas salía de Maella al frente de su división, marchó a su encuentro, disponiéndose para el combate. Tras una batalla que duró seis horas, Cabrera, que resultó herido en un brazo, consiguió una aplastante victoria. El jefe de la división isabelina, el gallego Pardiñas, que se batió bravamente, murió en la refriega tras recibir de un jinete una lanzada en el pecho. Tan solo 1.500 soldados de su división lograron huir del campo de batalla, buscando refugio en Caspe. Las tropas carlistas de Cabrera hicieron más de 2.000 prisioneros, mientras que en el campo de batalla quedaban casi un millar de soldados. Aquel hecho de armas ha pasado a la Historia como «la batalla de Maella».
Teruel. 3 de julio y 4 de agosto de 1874
En el transcurso de la tercera Guerra carlista (1872-1876), el 3 de julio de 1874 se produjo el intento carlista de conquistar Teruel, con una fuerza de 4.000 soldados, al frente de los cuales estaba el general Marco de Bello. Pero los liberales turolenses, junto a la Milicia Nacional, la Guardia Civil y tropa de guarnición, se batieron dignamente y repelieron la ofensiva carlista.
Tozudamente, los carlistas volvieron a plantarse de nuevo ante las murallas de Teruel en la madrugada del 4 de agosto. La artillería y la infantería carlistas atacaron la muralla e intimaron la rendición de la ciudad. Pero los turolenses rechazaron de nuevo a los sitiadores, por lo que el ejército carlista desistió definitivamente de tomar la Ciudad de los Amantes.
El Gobierno de España, presidido entonces por Mateo Sagasta, creó una medalla para los defensores turolenses del 4 de julio de 1874 y añadió a su escudo el título de «Heroica». En cuanto a la brillante defensa que volvieron a hacer el 4 de agosto, sus protagonistas no obtuvieron la recompensa de medalla alguna, más sí los blasones de la ciudad de Teruel que añadió a los que ya ostentaba («Muy Noble, Fidelísima, Vencedora y Heroica»), el título de «Siempre heroica».
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