Opinión | EL COMENTARIO

‘Cosas moradas, casi negras’

Sábado por la noche. Cientos de jóvenes hacen cola a la puerta de una sala de conciertos en el Casco Viejo, que antes fue café cantante donde los parroquianos (zaragozanos de cuna y forasteros de paso) acudían a ver a las vedetes ligeras de ropa. Los jóvenes de ahora esperan pacientes en una cola que se alarga hasta César Augusto, casi hasta la parada del tranvía. La tardanza en abrir las puertas hace que muchos entren con el grupo telonero en acción (Niños Bravos), con una mujer al bajo en el centro de escena que recordamos porque también es una de las componentes de Tiburona (la gran Rita).

Cuando las estrellas de la noche (Ginebras) arrancan su concierto, se quejan de fallos de sonido, no se oyen en sus pinganillos que sustituyen a los viejos y enormes monitores sobre los que los cantantes apoyaban el pie para mostrar su posición de poderío. A Raquel le hurgan una y otra vez en la petaca que desde la trasera del pantalón conecta inalámbricamente lo que ella debería estar escuchando. Tocan tres, cuatro canciones y sus compañeras, Magüi, Juls y Sandra, siguen desquiciadas intentando sacar el concierto adelante como hacen siempre, entregadas. Ya hemos visto a la vocalista otras veces con los nervios a flor de piel porque a pocos minutos de empezar todo parece volverse contra ellas (como en el festival Amante de Borja hace unos veranos). Pero luego, con los cientos de conciertos que llevan a sus espaldas, siempre salvan con profesionalidad la papeleta.

Pero esta noche hay algo que no encaja y ellas van a estallar. Alguien con nombre y apellidos está saboteando el concierto. Se disponen a contar lo que está pasando y ese don nadie cierra los micros de las cuatro. La gente se empieza a mosquear y antes de que empiecen a llover botellines y vasos por la sala otro alguien vuelve a abrir los canales de la mesa de sonido. Y ellas sueltan lo que están padeciendo. Durante las pruebas, un técnico se ha dedicado a intentar enseñarles «cómo funciona esto», como si no llevaran siete años pelándose el culo (que dirían los señoros) por plazas de pueblo, salas, festivales y hasta el Wizink Center abarrotado; a menospreciarlas, a soltarles desde la superioridad de macho alfa que quiénes se creen que son. Porque las bandas formadas por mujeres (como cantaban Las Dianas en el concierto de la noche anterior en una sala más pequeña de la ciudad) «son el grupo que usa la gente en los festis para ir a mear».

Cuando Ginebras recuperan la voz y la palabra explican lo que pasa. Cuentan que un indeseable al que, afortunadamente, han apartado de los mandos estaba boicoteando el bolo por ser lo que son: mujeres libres y con arrestos. Y todos en la sala (ellas las primeras) vuelven a disfrutar de este concierto, de los últimos que cierran la gira de dos años Billy Max Tour que arrancó en la plaza de los Fueros de Tudela.

Ginebras son cualquier cosa menos modositas. No caben en los carteles cremallera ni son la cuota femenina que llena un escenario secundario de festivales como el Vive Latino. Son pura energía y sus letras reflejan las preocupaciones de cuatro mujeres de menos de treinta años, que disfrutan expresando su libertad (ideológica, de orientación sexual, de expresar sentimientos y traumas cuando se bajan del escenario o viven cosas como la de esa noche).

Pocos días después Leyre Marinas presenta en La Montonera su libro Fucked Feminist Fans, sobre el fenómeno groupie y los casos de abusos y violaciones por los pop stars mundiales (desde Woodstock a la actualidad) a jóvenes y menores, a la vista de gente del mundillo, representantes y críticos musicales que callan. El negocio musical sigue comandado por varones que programan a grupos de «chicas» por cumplir, aunque ellas empiecen a usar el poder de los escenarios y los micros para tomar ese espacio público que en la calle se les queda pequeño. Grupos y artistas nacionales como Shego, Aiko el Grupo, Repion, Tiburona, Rosalía, Pipiolas, Lady Banana, Las Petunias, Rigoberta Bandini, Tulsa, Jordana B, Aitana, Zahara, Hinds, Cariño, que siguen la estela de Nosoträsh, Undershakers, Pauline en la Playa, Dover, Christina Rosenvinge.

Ginebras dieron en Zaragoza un golpe encima de la mesa, porque son así, como muchas de las jóvenes y de los jóvenes que las siguen. Ellas son las revolucionarias.

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