Opinión | TEJIENDO PALABRAS

Autoritarismos en democracia

Hace varias semanas vi en televisión la entrevista que Jordi Évole realizó a Pepe Mujica, donde pude comprobar una vez más la sabiduría y humildad de este personaje que me fascina. Dijo grandes verdades, y una de ellas relacionada con los sistemas democráticos y la necesidad de que funcionen desde abajo y no desde arriba. Creo que cada día que pasa es más frecuente encontrar autoritarismos en quienes ostentan el poder en todas las estructuras sociales. Solemos pensar y poner de manifiesto que cuando hablamos de democracia lo hacemos solamente en el ámbito de la política, criticamos abiertamente y sin tapujos aquellos autoritarismos que se suelen dar en los gobiernos nacionales, autonómicos o locales, pero muy pocas veces se pone el foco en otras estructuras de nuestra sociedad, donde la democracia debiera ser un valor asegurado. Sin embargo, encontramos que el autoritarismo campa a sus anchas en ámbitos y estructuras sociales diversas: familia, escuela, centros deportivos y culturales, empresas, organismos públicos, asociaciones, fundaciones, etcétera.

En general, suele ocurrir que nadie nos consideramos autoritarios, y cuando alguien nos llama la atención en este sentido nos sentimos afectados por una maledicencia ajena, nos cuesta aceptar que padecemos de una enfermedad pandémica: el autoritarismo. El diccionario de la RAE dice que el autoritarismo es una actitud de quien ejerce con exceso o abuso su autoridad; y la autoridad la define como el poder que gobierna o ejerce el mando de hecho o de derecho. Ante esta aclaración, se puede decir que el exceso y el abuso de la autoridad se evidencia en acciones injustas, indebidas y deshonestas. Frente al autoritarismo deseamos democracia, es decir, la práctica de valores tan importantes como el diálogo, el consenso, el civismo, la tolerancia, la solidaridad, el respeto y otros muchos que nos proporcionan la paz social.

Cuando criticamos a los gobiernos y los etiquetamos como autoritarios, deberíamos, al mismo tiempo, pensar en nuestras actitudes personales, qué acciones concretas realizamos en nuestra vida cotidiana, que tal vez también podrían calificarse de autoritarias, por ejemplo, en las diversas organizaciones sociales, políticas, sindicales, empresariales, casi siempre encontramos formas despóticas o tiranas, aquellas que infligen un daño a la dignidad de la persona. Cuánta gente pierde la salud mental por haber tenido la mala fortuna de encontrar un jefe o un superior que le hace la vida imposible. Es curioso observar cómo las personas que ejercen el abuso de poder tienen en su mente uno de estos dos significativos esquemas: a) «Yo mando y por eso sé». Con esta expresión, claramente, vemos que quien manda porque tiene la potestad legítima que le ha sido dada para gobernar, se atribuye a sí mismo la acción de usurpar la autoridad de quien sabe, cayendo en la negligente actitud de pensar que por el hecho de mandar ya sabe. Esta forma de actuar es una tiranía en la que se viola la inteligencia de los otros; b) «Yo sé y por eso mando». En esta expresión quien cree que sabe, se atribuye la autoridad de mandar, en este caso se usurpa la potestad, estaríamos ante una actitud propia del déspota, que considera que lo sabe todo y eso le da derecho a violar la voluntad de los demás.

Cuanto más autoritarismo se vive en una sociedad más cerca se está de refrendar aquellos totalitarismos tan nefastos en la historia de nuestro mundo. Si pensamos en personajes mandatarios de nuestra época actual como Trump, Putin o Maduro, entre otros muchos, nos damos cuenta de que sus liderazgos personales se sustentan en una potestad y autoridad despótica o tirana, ejercida con el beneplácito de todo el corifeo que le sigue, beneficiándose de las prebendas que este tipo de poder lleva consigo. Lo curioso de esta forma de gobernar es que está amparada en la democracia, es decir, en el voto que cada ciudadano emite en las urnas. Bajo el pretexto de que la ciudadanía ha hablado a través del derecho de sufragio, los gobernantes y las autoridades legítimas se olvidan de la democracia y de sus valores que son secuestrados por la dictadura de gobiernos que usurpan la inteligencia, la voluntad y la participación activa de los ciudadanos. No se permiten discrepancias con la autoridad legítima, y quien lo hace queda sentenciado como enemigo. Se recela de cualquier movimiento ciudadano que trabaje de manera auto-organizada y activa, desde abajo. Los autoritarismos de cualquier clase son una lacra que mina nuestra democracia.

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