Opinión | FIRMA INVITADA
Después del colapso europeo
Decía Séneca que «la fortuna es de lento crecimiento, pero el camino a la ruina es rápido». U. Bardi ha añadido que el colapso está inscrito en el corazón mismo de las sociedades y que, por ese motivo, resistirse es contraproducente. Sería como contradecir su metabolismo. Además, algunos arqueólogos aseguran que hay mucha y más interesante vida después del desastre.
En el caso de los primeros estados del Creciente Fértil las causas de sus colapsos tuvieron que ver no solo con las epidemias derivadas del hacinamiento o con las hambrunas causadas por la dependencia de los cereales, sino también con la propia fragilidad de un orden extremadamente jerárquico que solo beneficiaba a las élites improductivas. Por lo que se sabe de la edad oscura griega, del primer periodo intermedio egipcio y del declive de Uruk en el periodo acadio, los respectivos colapsos no implicaron un empeoramiento de la salud, de la nutrición ni de la sociabilidad. Al contrario, permitieron el regreso de saludables costumbres sociales que la revolución neolítica apartó.
Cada vez más especialistas cuestionan que dicha ruptura fuera tan mecánica, rápida, global y completa como se ha presumido desde hace poco más de medio siglo. Igualmente discuten que el nuevo estilo de vida supusiera realmente un progreso. Como dice Ch. Beckwith, «los nómadas estaban, en general, mucho mejor alimentados y tenían vidas mucho más agradables y longevas que los habitantes de los grandes estados agrícolas». Esta es la razón por la que muchas de las gentes «civilizadas» solían pasarse al otro lado.
Así que, allá donde irrumpe el colapso, no solo sucede que un orden más o menos conocido y de carácter jerárquico se arruina, sino que algo bastante desconocido y de carácter anárquico adquiere protagonismo. El problema es que, si bien sabemos muy bien lo que colapsa y se pierde, pues es el objeto de estudio e investigación de las élites científicas, inexistentes fuera de dicho orden y, por eso mismo, habituadas a no saber apenas pensar sin su influencia, sabemos muy poco sobre lo que siempre ha estado ahí y que, tras los colapsos, asoma como algo, a la vez, informe y benéfico.
¿Ocurrirá lo mismo tras el colapso de esta Europa empeñada en quebrar su Estado del Bienestar a base de gastos militares destinados tanto a infundir temor en el peligroso vecino ruso como a engordar los beneficios del negocio armamentístico? Imposible saberlo. Sin embargo, las vidas de los salvajes y bárbaros que viven fuera, dentro y en los intersticios del actual orden pueden dar alguna pista de lo que venga. No sé si esa informe vida será más saludable. Solo confío en que, con ella, dejaremos de domesticarnos a base de peligros que solo sirven para que unos pocos sean insultantemente ricos.
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