Opinión | CIERZERA
Ellas, nosotras...
Nací un 4 de noviembre, aunque no es la única fecha en la que celebro mi cumpleaños; tengo la mochila cargada de vidas regaladas como quien las va consumiendo en un videojuego. Una llamada telefónica el día anterior a aquel 11 de marzo de 2004, retrasando mi castin para el mítico programa Un, dos, tres, evitó que servidora, en carne mortal, fuera en uno de esos trenes que llegaban a la hora en la que se produjo el mayor atentado terrorista de la historia de España. Fallecieron 193 personas y más de 2.000 resultaron heridas. Sirva esta modesta mención para recordar a las víctimas y para que jamás nos inmunicemos ante las consecuencias de las guerras. Hoy se cumplen veintiún años de aquel terrible suceso, los mismos que celebro, aunque la biología se empeñe en otorgarme cincuenta, sin que suene como algo negativo, muy al contrario.
En estos primeros días de marzo en los que se suceden fechas de aniversarios y reivindicaciones, he pensado en ello mucho más que otros años, será que el medio siglo nos rocía con ciertas dosis de reflexión. Releía hace poco, desde esa otra mirada que nos da el tiempo, un libro de Margarita Barbáchano publicado en 2011 que ya me encantó en su momento y que vuelve a provocarme cierta sacudida: Mujeres en la edad invisible. Doce maravillosas historias, absolutamente recomendables, de mujeres con las que te identificas en alguna de esas etapas en las que nos sentimos invisibles. Desde luego que es necesario salir a la calle a reivindicar nuestros derechos, pero... ¡ay amiga! Y, ¿qué hay de nuestra propia identidad y de nuestro propio espacio en un ámbito más personal? ¿En qué momento fuimos cediéndolo sin apenas reparar en ello convirtiéndonos en cuidadoras, madres, hijas, hermanas, compañeras...? Seguramente nos molesta oírlo, sobre todo si nos envuelve ese halo de rebeldía que muchas mostramos, incluso de manera inconsciente, en intervenciones acaloradas defendiendo nuestras posiciones, pero la realidad es que en algún momento de nuestra anónima vida, nadie nos ve, y lo que es peor, lo sabemos. En mi caso, aunque no deja de ser una percepción absolutamente personal que otras mujeres posiblemente tengan en otras etapas y por otras circunstancias, los cincuenta, dolientes por las pérdidas, impregnados de decepciones y coincidentes con alguna que otra experiencia de esas que te arrodillan pero no te tumban, han sido un punto de inflexión en ese despertar, tan bien reflejado en un texto de Jorge Eduardo Cinto, Ojo con ellas... que no transcribo íntegramente por cuestión de espacio, pero tan sólo unas cuantas frases reflejan a la perfección cómo nos sentimos muchas mujeres, más allá de los matices, cuando descubrimos que esa transición desde una juventud que se nos escapa, a una, diré «madurez» que se presenta sin previo aviso, dura apenas un parpadeo y no entiende de planes, y como decía alguien a quien quiero mucho «o te aclimatas, o te aclimueres», y añado... o, te encuentras y disfrutas intensamente como si todo lo hicieras por última vez. Esta es una parte de ese hermoso poema:
Ojo con ellas... Andan por ahí, con su atrevido miedo, portando sus cincuenta años, lindas, leídas, viajadas, sensibles.
Ojo con ellas, vienen de cerrar una puerta con decisión, pero sin olvido. Amaron, construyeron, parieron, cumplieron.
Amaron a su hombre, dieron alas a sus crías, y ahora desentumecieron las suyas, ¡ahí estaban! Intactas, brillantes, soberbias, majestuosas, listas para el vuelo: no ya las de un hornero, sí las de una gaviota, soberana y curiosa. Saben de la vida y de tu hambre porque con su cuerpo han sabido saciarlas. Expertas en estupidez y sus matices, se reconocieron inmersas en ella hasta el estupor y soportaron mucha hasta el dolor; sabrán distinguirla, no lo dudes.
Versadas en economía, la aplican en el gasto, en el andar y en su exacta sensualidad.
Ojo con sus caderas sabias: ya se estiraron y contrajeron, se estremecieron y agitaron. Saben del amor en todos sus colores, desde el rojo resplandor al mustio gris. Sus piernas fuertes arrastran raíces todavía.
Prontas a sentir, van con una vieja canción en los labios, profunda intensidad en la mirada y delicada seguridad en la sonrisa (…)
Vienen de quemar las naves y cambiar comodidad indolente por riesgo vital. Avanzan por un camino incierto pero elegido.
En su cartera, fotos, un perfume y algunas lágrimas.
En su mirada, decisión...
Ojo con ellas... Tal vez, si tienes suerte, hay una en tu camino.
Necesitamos muchas de estas «ellas».
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