Opinión | EL AULA DEL REVÉS

14M: un giro inesperado

El 14 de marzo es el Día Internacional de las Altas Capacidades, una fecha que, para muchos, pasa desapercibida. No hay pancartas en las calles ni titulares destacados en los medios. No se debate en el Congreso ni se organizan actos institucionales de gran impacto. Y, sin embargo, cada año, algunas familias, docentes y profesionales aprovechan este día para recordar una verdad incómoda: en el sistema educativo, las altas capacidades han sido, durante demasiado tiempo, un tema olvidado. Pero eso podría estar cambiando. ¿Os imagináis?

Podemos estar pasando de la invisibilidad a un principio de reconocimiento.

Durante décadas, la educación ha sido reactiva: centrada en atender dificultades, en compensar carencias, en garantizar que nadie se quede atrás. Y es lógico. Pero en esa lógica, muchas veces, se ha pasado por alto otro derecho fundamental: el de quienes aprenden más rápido, con mayor profundidad o de formas inesperadas. Se les ha considerado «privilegiados», como si su desarrollo fuera automático, como si no necesitaran orientación, recursos o adaptación.

El resultado ha sido el mismo en casi todos los países: tasas de identificación bajas, mitos persistentes (como el del niño genio solitario o el del estudiante de altas capacidades que siempre saca sobresalientes) y un modelo de enseñanza que, en la mayoría de los casos, no responde a sus necesidades. Según algunos datos, en España solo se identifica entre un 0,3 % y un 0,7 % del alumnado con altas capacidades. En nuestra comunidad, el 0,08%; dramático. Una brecha demasiado grande como para ignorarla. Aun así hay señales de cambio, algo se está moviendo.

Y ese es el giro inesperado del 14M. Una fecha cada vez más señalada.

Cada vez hay más centros educativos que incorporan programas específicos para este alumnado. Cada vez hay más docentes que buscan formación en este ámbito y más familias que exigen una respuesta adecuada. Cada vez hay más comunidades autónomas que revisan sus protocolos de identificación y atención. Y, sobre todo, cada vez hay más conciencia de que las altas capacidades no son un «lujo» ni una «etiqueta», sino una realidad educativa que merece ser atendida. Todavía no es suficiente.

También la ciencia está desmontando viejas creencias. Sabemos que la alta capacidad no es un sinónimo de éxito asegurado, sino un potencial que necesita ser desarrollado. Sabemos que la creatividad y la motivación son tan importantes como la inteligencia para que un niño talentoso llegue a desplegar todo su potencial. Y sabemos que el aburrimiento, la desmotivación y la falta de retos adecuados pueden convertir un aula en una jaula, en lugar de en un espacio de crecimiento.

Si algo nos enseñan iniciativas como el 14M es que hay otra educación posible. Una educación en la que se respete la diversidad no solo cuando hay dificultades, sino también cuando hay talentos que necesitan ser cultivados. Una educación en la que la personalización no sea un privilegio, sino un derecho.

El camino no es sencillo, pero está claro. Necesitamos una mayor identificación del alumnado con altas capacidades desde edades tempranas, protocolos eficaces y docentes formados para atender sus necesidades. Necesitamos flexibilizar los currículos y apostar por metodologías que favorezcan el pensamiento divergente y la creatividad. Y, sobre todo, necesitamos un cambio de mentalidad: dejar de ver las altas capacidades como un problema y empezar a verlas como lo que realmente son: una oportunidad.

Quizás el 14M aún no tenga la visibilidad de otras fechas clave en el calendario educativo. Pero tal vez, dentro de unos años, miremos atrás y nos demos cuenta de que aquí empezó todo. Que este fue el momento en el que la educación dio un giro inesperado. Y que, por fin, entendimos que cuando atendemos bien el talento, toda la sociedad gana.

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