Opinión | SALA DE MÁQUINAS

¿Visados catalanes?

El último chanchullo competencial entre Carles Puigdemont y Pedro Sánchez (por orden jerárquico) pretende entregar a Cataluña la gestión de Inmigración. Materia –como tan de actualidad están sus múltiples derivaciones–, abarcadora de un campo y un poder muy amplios, tanto como para serlo de claro fuste, raíz y desarrollo estatal; no un poder (una competencia) dividido o debilitado.

Los socialistas, en su alegre proceso de desmantelar el Estado, convirtiendo sus competencias en el top manta del mercadillo autonómico, han disfrazado su enésima bajada de calzones y rendición incondicional frente a Junts utilizando el término «delegar». Según su eufemística versión de lo que está pasando en la suite de Puigdemont en Bruselas, nueva sede de ese otro Ejecutivo español en la sombra copresidido por El Puigdi, el gobierno de Sánchez no entrega, cede o concede la competencia de Inmigración a Cataluña, sino que la «delega» (como si solo fuese a hacerlo circunstancial o temporalmente, cuando no hay un solo ejemplo de competencias «delegadas» que hayan retornado al Gobierno central).

Es por eso que el ministro del Interior, Grande-Marlaska, va diciendo que sus guardias civiles y policías nacionales seguirán a pie de frontera, con las mismas funciones «sellando ellos mismos los pasaportes». Cosa, naturalmente, que nadie cree, pues, como el propio ministro sabe sobradamente, una vez puesta en marcha por la Generalitat su nueva consejería de Inmigración, los mossos se encargarán de todo, relegando a guardias civiles y policías de aduanas y patrullas (incluida la vigilancia marítima en unas aguas territoriales españolas que mágicamente pasarán a ser un mar catalán), y jugando a ser el ejército de una nueva nación.

Si recordamos que el Estado, además de ceder la competencia, deberá proveer a la Generalitat de funcionarios, presupuestos, recursos humanos y materiales suficientes como para poner en práctica las gestiones a las que renuncia, entenderemos mejor el júbilo de un exultante Puigdemont que, en su cueva de Alí Babá, sigue sumando botines. Obligar al emigrante a aprender catalán, expedir «visados catalanes» y armar cuerpos militares van a ser nuevos y grandes éxitos para los indepes. Anticonstitucionales, por supuesto, pero... ¿qué más da?

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