Opinión | CON LA VENIA
Esos peligrosos extranjeros
Las políticas migratorias están en el tablero de todas las formaciones políticas, incluidas especialmente las de carácter progresista, y las recientes elecciones alemanas son la prueba de tal aserto. La derecha moderada y liberal ha ganado las elecciones (CDU-CSU) pero también la extrema derecha ha incrementado de manera significativa su voto, al tiempo que el SPD ha obtenido el peor resultado de su historia reciente. Si no estuviera vigente el «cordón sanitario» en torno a los ultraderechistas de la AfD, Alemania tendría que sufrir su presencia en el gobierno. El sentido común del resto de fuerzas políticas alemanas mantiene con rigor esa actitud sanitaria frente a las pretensiones de los ultraderechistas. Pero es evidente que si las cosas continúan como hasta ahora, con la atonía de los europeístas y de los partidos tradicionales, no es imposible que la pesadilla se convierta en realidad. Ante esta situación es lógico sentir temor, pero no podemos mirar a otro lado mientras se libra la batalla decisiva entre el mal y las fuerzas de la democracia. El terreno elegido por los ultras, las políticas migratorias, inseguridad ciudadana y delincuencia, se desenvuelve en el campo de la xenofobia. Expresiones tales como «los extranjeros nos roban el puesto de trabajo» o tienen «derechos sociales» que los nacionales no tenemos, se escuchan en casi toda Europa con evidente éxito. También aquí oímos voces que, sin inmutarse, afirman «España nos roba», discurso practicado con fruición por los nacionalistas propios de manera semejante a los xenófobos. Múltiples plataformas políticas y sociales sostienen la doctrina del robo, completada con el aserto de que los extranjeros deben ser expulsados. Discurso que, además de falso e injusto, omite dolosamente la evidencia de que los trabajadores extranjeros han contribuido de manera decisiva al progreso económico de la Unión Europea. Es innegable que los extranjeros han contribuido al mantenimiento del Estado del Bienestar a través del abono de sus cotizaciones a la Seguridad Social, amén de realizar muchos de los trabajos y servicios que desdeñan los nacionales.
Es asombroso que no nos avergüence sostener tal discurso. En casi toda Europa las formaciones políticas de extrema derecha hacen de la xenofobia y el racismo una potente seña de identidad, mientras las fuerzas progresistas se muestran incómodas siempre que surge el debate . Están «de costado», incapaces de hacer preguntas o rebatir a sus adversarios que van ganando la partida. Tomar en serio la extranjería supone comprender que la llegada masiva de inmigrantes genera también consecuencias negativas que suponen la explotación laboral de los inmigrantes no documentados y en numerosos supuestos, tráfico de personas. Son situaciones en las que los extranjeros aparecen como sujetos pasivos y, por tanto, como víctimas. Al propio tiempo, aparecen como sujetos activos de una peligrosa criminalidad, sobre todo en delitos contra la seguridad ciudadana, contra la propiedad y muy especialmente en delitos de violencia de género.
Una escandalosa utilización de esos datos ha creado un ámbito irrespirable que propicia el olvido de nuestra obligación de defender los derechos humanos de todas las personas sin excepciones. Respetar los derechos humanos no es sólo cuestión de recursos económicos, es una cuestión de perder o ganar votos. Cualquier persona que se proclame progresista o simplemente decente no puede participar en una subasta cuyo precio de salida es olvidar los postulados constitucionales.
La respuesta no puede ser otra que hacer políticas eficientes que hoy día están al alcance de todos los gobiernos de los países civilizados. El primer paso debería ser fijar una política común en materia de inmigración en los diversos ámbitos territoriales. Los fenómenos migratorios son capaces de generar problemas de una enorme intensidad hasta el punto de desestabilizar la vida política y económica de los países afectados. No comparto la tesis reiterada en el lenguaje de la tecnocracia europeísta según la cual el número de candidatos a la emigración va a ser en poco tiempo superior a la capacidad de absorción de la economía de los países occidentales. Los datos objetivos de que disponemos en este momento permiten concluir que no es ese el problema medular que plantea el fenómeno, sino la «calidad» de los emigrantes. El problema central es, o no saber o no querer deslindar la inmigración problemática constituida por los que tienen antecedentes penales o policiales de esa inmensa mayoría de los extranjeros que se limita a buscar un trabajo digno, por lo que el esfuerzo financiero debería emplearse en los trabajos de información e inteligencia para realizar un cribado. Sólo así se puede hacer una política racional y sensata de los problemas que suscita el fenómeno migratorio y, al propio tiempo, combatir la inseguridad ciudadana objetiva y subjetiva que se atribuye a los extranjeros.
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