Opinión | EN EL PUNTO DE MIRA

Miedo

Tras la demostración de dignidad personal e institucional del presidente Zelenski durante la encerrona del despacho oval, la Administración Trump solo ha necesitado la supresión de la información permanente de la inteligencia militar americana para doblegar la gallardía de su aliado, y de paso demostrar a la UE quién tiene la sartén por el mango. La consecuencia inmediata fue el comunicado del presidente de Ucrania a la Casa Blanca. «Mi equipo y yo estamos dispuestos a trabajar bajo el fuerte liderazgo del presidente Trump para conseguir una paz duradera».

El miedo a los efectos que la desprotección y desamparo del aliado principal en la guerra puede tener en el conflicto y en la población civil han bastado para hacerle volver donde tanta humillación recibió. Y es que el miedo ha sido desde siempre un excelente instrumento de dominio. Hace a las personas y a las instituciones dóciles y fáciles de extorsionar.

El clima de miedo que Trump ha impuesto con sus medidas, con sus bravuconadas y amenazas, nos mata todo germen de esperanza. Cuando se impone el miedo hasta las diferencias se esconden, lo distinto desaparece y el conformismo unifica todo. Hoy, no solo tenemos miedo a la guerra, a la enfermedad, a los virus, al cambio climático, a la pérdida del bienestar; tenemos miedo al futuro.

«Las cosas que se hacen por miedo no son acciones abiertas al futuro», dice Byung-Chul Han en El espíritu de la esperanza, y tiene razón, porque «las acciones necesitan un horizonte de sentido». No sé si ese sentido está presente en la propuesta de rearme que ha presentado la UE por boca de Ursula von der Leyen, que implica un gasto de 800.000 millones de euros en defensa por parte de todos los países de la UE. Es cierto que las reticencias y amenazas norteamericanas sobre su despegue de la OTAN y su estrategia contra China nos obliga a replantear nuestra defensa. «Esto no es solo una negociación sobre la paz en Ucrania, también lo es sobre la seguridad de Europa, porque la amenaza rusa va más allá de Ucrania», decía António Costa, presidente del Consejo de la UE.

Ahora bien, en apenas unos meses hemos pasado de la comodidad política de ayudar a Ucrania, mantener 27 ejércitos, gastar en defensa por debajo del 2% del PIB y saber que el paraguas OTAN estaba presente, a la elección de Trump y el despertar a una situación nueva: tenemos que garantizar nuestra defensa con nuestros recursos económicos y con un aliado histórico en desbandada.

El camino está lleno de dilemas. Uno de ellos es, ¿a quién se compran las armas ,a los EEUU que además de la calidad de su armamento alegraría a Trump? ¿O se apuesta por la producción europea, algo que ya se propone en el «informe Draghi», con resultados seguramente más lentos y más inciertos, aunque más beneficiosos para nuestra industria , nuestra innovación tecnológica y nuestra independencia?

La UE no puede ser del gusto del trumpismo ni del putinismo, ni de las variadas extremas derechas que los vitorean. Todos ellos quieren una UE débil y fragmentada a disposición de las hegemonías ajenas. Por eso quieren asaltar las instituciones de Bruselas, desmantelando el proyecto europeísta y boicoteando el orden liberal internacional.

Es cierto que la UE se encuentra en una posición de vulnerabilidad, porque se ha construido sobre la base del derecho y no del poder militar o la coacción económica, pero eso nos puede servir para avanzar en la solución de deficiencias de funcionamiento históricas, de búsqueda de alianzas estables, mercados nuevos, zonas de influencia económica diferentes. Somos la segunda potencia económica del mundo, y el mercado de consumidores más dinámico. Aprender a convivir sin tutelas, sin chantajes y sin miedos nos puede garantizar nuestro futuro.

«La esperanza más grande nace de la desesperación más profunda».

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