Opinión | EDITORIAL
Israel reanuda la guerra
El primer ministro de Israel, Binyamin Netanyahu, dinamitó ayer el precario alto el fuego observado en la Franja de Gaza durante los dos últimos meses mediante un bombardeo de saturación que causó más de 400 muertos y del orden de 600 heridos, según Hamás. La orden cursada al Ejército para castigar la Franja con «medidas enérgicas» varias semanas después de que el Gobierno israelí bloqueara la entrada en el territorio de ayuda humanitaria, y en pleno Ramadán, cortocircuita las estancadas negociaciones en curso para prolongar la primera fase de la tregua o iniciar lo que ya estaba dispuesto en un principio: el inicio de las negociaciones de una segunda fase que implicaría la retirada israelí de la Franja. Era perfectamente previsible el beneplácito de Estados Unidos a la operación, pero su visto bueno sin matiz alguno sirve para recordar el alcance de la preocupante orientación que la Casa Blanca da a la delicadísima situación en Oriente Próximo.
Cuando el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, proclama que «las reglas del juego han cambiado» no hace más que constatar, por si cabía alguna duda, que el Gobierno de Netanyahu tiene vía libre para perseverar en el castigo tras el relevo producido en Washington. Lo que significa que la suerte que pueden correr los rehenes en poder de Hamás importa poco al primer ministro y a sus aliados de extrema derecha. El cese de los bombardeos hizo que Hamás, una organización terrorista con decenas de vidas en sus manos, entregase rehenes en su poder según los términos acordados. Argumentar que hacer justo lo contrario, reanudarlos, es una forma de presión para que siga haciéndolo es una simple excusa: es evidente que Netanyahu se atuvo a una tregua que nunca quiso a la espera de la menor oportunidad para romperla, desoyendo a los familiares de los secuestrados, que reclaman que siga el alto el fuego para liberarlos.
Los llamamientos del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, y del presidente del Consejo Europeo, António Costa, entre otras personalidades, pidiendo que se detenga la muerte de inocentes tienen tanto valor moral como nula repercusión política porque no afectan al desarrollo de los acontecimientos. Es poco menos que irrelevante pedir contención a Netanyahu mientras Estados Unidos reitera su disposición a «desatar el infierno» en la región si no se cumplen sus designios. Tampoco es realista esperar una reacción determinante de la Liga Árabe para frenar la matanza. La comunidad palestina afronta sus penalidades sin apoyos efectivos.
En la reanudación de las hostilidades hay, sin duda, razones personales de Netanyahu para volver a la estrategia de tierra quemada –rehuir la acción de los jueces por casos de corrupción, rehacer su mayoría parlamentaria para aprobar los presupuestos–, pero hay sobre todo un objetivo de largo alcance: expulsar a la población de la Franja de Gaza o reducirla al máximo para que, de una u otra forma, sea factible el plan enunciado en su día por Donald Trump para el territorio de una comunidad palestina martirizada. De consumarse la operación, se podría asistir a un episodio de limpieza étnica impune y sin disimulo.
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