Opinión | TEJIENDO PALABRAS

La señora felicidad

Según el calendario que me llegó a primeros de año, hoy se celebra el día internacional de la felicidad. Supongo que cuando se establecen una serie de efemérides que están relacionadas con aspectos sustanciales de la persona, como es el caso de la felicidad, están planteadas para que ese día las vivamos con mayor intensidad o que nos sirvan de recordatorio para su consideración. Además, es curioso que su celebración coincida con el día anterior a la entrada de la primavera. Seguramente porque para muchos es la estación del año que abre las puertas al optimismo y a la esperanza, que son aspectos muy vinculados a la felicidad.

En muchos mensajes hablados y escritos tenemos la costumbre de desear a los demás que sean felices; algunas veces, hasta lo hacemos de manera rutinaria. Pero, realmente, ¿tenemos una idea adecuada de lo que significa la felicidad? Sobre este tema se ha hablado y escrito muchísimo en todos los tiempos, y siempre está presente en el candelero. En nuestra sociedad asistimos a un bombardeo continuo de mensajes que nos proponen ser felices, y nos manipulan con propuestas relacionadas con el consumismo feroz de todo aquello que satisface nuestro ego: coches de lujo, cuerpos y músculos despampanantes, móviles de última generación, comidas y bebidas exquisitas... Creo que a medida que vamos creciendo y cumpliendo años, nuestra perspectiva y proyectiva forma de entender la felicidad va cambiando. Desde la fase vital en la que el placer por el placer es el indicador máximo para sentirse feliz, hasta esas otras fases de la vida en las que vamos descubriendo otras formas de ver y entender la felicidad. Está claro que todos aspiramos a ser felices, es algo que llevamos inscrito en nuestro interior, por eso, nuestra búsqueda es permanente, siempre soñamos con llegar a ser felices. El problema viene cuando uno se cansa de esperar viendo que la señora felicidad no se presenta.

Desde la filosofía griega y latina hasta nuestros días, siempre se ha expresado la idea de que el hombre está llamado a ser feliz, y para ello se han propuesto infinidad de teorías antropológicas y psicológicas para conseguir el deseo inalcanzable de encontrar la ansiada felicidad. Al final, todo se queda en pura retórica, nadie llega a ese estado de radiante y completa felicidad. Tal vez, el problema surge cuando lo que deseamos es que nuestro yo personal alcance ese cenit de la contentura y que nos brinde la posibilidad de mantenerlo en el tiempo. Esto creo que es imposible. Nuestras propias limitaciones nos sumergen en una realidad en la que se pone de manifiesto la gran fragilidad a la que estamos expuestos, lo que nos lleva a incertidumbres, angustias y pesadumbres que impiden gozar de una vida plena. Por eso, la pregunta que me hago es cómo ser felices en la fragilidad.

La respuesta, entonces, estará relacionada con la búsqueda de aquellas satisfacciones que nos son gratas y las hacemos compatibles con nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Con esta clave creo que nuestra felicidad va a depender de cuál sea el sentido que le damos a nuestra vida. Conocerse a sí mismo, aceptar las propias limitaciones y lidiar con los encontronazos que tenemos en nuestro camino es lo primero que debemos comprender para iniciar el proceso vital de realizarnos como personas que se marcan un horizonte de mejora en lo biológico, psicológico, social, cultural y espiritual, con tres ingredientes que nos dignifican: el servicio y trabajo a la sociedad, los afectos a las cosas y a las personas en nuestras relaciones y el amor de quienes nos acompañan.

Se trata de elevar nuestro horizonte hacia un sentido espiritual que encarne toda nuestra existencia, encaminado hacia la búsqueda del bien propio y ajeno, eso es lo que nos satisface y se prolonga en el tiempo, adquiriendo con ello una actitud proactiva. Entonces, la felicidad no es un sentir físico únicamente, sino un estado permanente de búsqueda, una forma de ser, una tendencia al equilibrio de nuestra personalidad, un sacar de dentro de nosotros todo lo que nos hace mejores personas.

En definitiva, creo que la felicidad está muy en consonancia con la llamada que todo ser humano tiene desde su interior, con la coherencia entre lo que pensamos y hacemos; y con ese tono vital que se sustenta en una vida que nos permite conducirnos en comunidad hacia la auto-realización y humanización de nuestro yo personal.

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