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'Ultrafroditas'

Nos comportamos en función de los demás y asumimos la identidad que nos otorga el resto. El esfuerzo de influir en los otros se centra en adaptarnos a sus pretensiones, y no tanto en exponer nuestras razones. La adulación es incompatible con la convicción del aludido y la lealtad del adulador. Somos tan flexibles que nos plegamos a todo con tal de encajar nuestras intenciones en los ángulos de quienes nos rodean. Queremos ser tan maleables, para agradar, que acabamos pareciendo unos dúctiles absolutamente inútiles. Esta habilidad para moldearnos falsea la seguridad de conseguir lo que queremos. En el trabajo hay pelotas que hacen la rosca para atornillarse a su desidia.

Otra especie lamentable son los lameculos, rastreros de sí mismos, que buscan el favor de los lamidos para dar por el saco a los dignos. Las zalamerías empalagosas son tan pegajosas que sólo engatusan a los obtusos. Los embaucadores de personalidad envenenan a sus víctimas con la ponzoña de su pleitesía. Se ven como seductores irresistibles que conquistan todos sus deseos pero, en realidad, acaban abducidos por la presa que les hace morder su propio cebo. En cambio, la indecisión es natural ya que los humanos somos más volubles cuanto más nos alejamos de lo instintivo. 

El cortejo es un ritual de acercamiento entre individuos, que se vale de la seducción para establecer una relación más íntima. Las personas hemos pervertido un comportamiento sexual, habitualmente reproductivo, convirtiéndolo en un instrumento de poder para influir sobre los demás con diversas estrategias. Los elogios llaman la atención de las víctimas para que, una vez aturdidas, los devuelvan con intereses leoninos. Como decía Freud: «uno puede defenderse de los ataques, pero contra el elogio se está indefenso». Otras veces simulamos compartir intereses comunes, que nos importan un bledo, para aprovecharnos de la engañosa coincidencia. Aunque nos repelan, imitamos como propios los gustos de quien nos gusta para evitarnos el susto de su disgusto. Flirteamos con los que no congeniamos, para que sufran con resentimiento tras dejarlos tirados en la carretera de la frustración.

En la rutina diaria el cortejo es permanente. Coqueteamos con peticiones a máquinas que conducimos o nos conectan al mundo. Ligamos, poniendo morritos, con el conductor del autobús para que nos perdone la tardanza y abra la puerta que acaba de atrancar. Cortejamos a los bancos, hipotecándonos la vida, aunque tras cotejar las cuentas nos den calabazas de crédito. Sonreímos a la autoridad, con cara de inocente culpabilidad, para que pase por alto la pifia de turno. Galanteamos, vestidos de excusas, para justificar la desnudez de una mentira sincera. La paradoja es que nos despedimos de la existencia, con un canto del cisne, en un cortejo fúnebre.

La política es el arte de cortejar a las personas solucionando eficazmente sus problemas con empatía. Aunque si sólo vemos a pretendientes tirarse los votos a la cabeza, en lugar de mostrar la utilidad de sus plumajes, es difícil que se consolide una buena relación mutua. Por otra parte, quienes exclusivamente buscan consumar el acto electoral para fecundar sus huevos, se arriesgan a la infertilidad del abandono. El problema es que se tontea con los rivales que se interesan por la misma pareja, sin atraer a la ciudadanía para que sea el amor de nuestra vida democrática.

A Feijóo le sube la hipertensión ultra que su tensiómetro mide en brutoabascales. Claro que, con Mazón de cardiólogo de referencia desde su popular consultorio en El Ventorro, es fácil que al gallego se le ericen los pitorros. Que cuide con la medicación que le ha puesto la doctora IDA de Madrid porque el prospecto lo ha escrito en ayusinglish. El socarrado presidente valenciano, tras pactar de nuevo con Abascal, dirige a voxes al resto de dirigentes conservadores. Chueca, con sus cuentas aprobadas, se dedica a emperifollar el puente de Piedra (menos mal que el cierzo es sensato), a subir las tasas de agua y basuras a todos y a perdonar impuestos a los amigos. Azcón corteja a los de Nolasco asumiendo el discurso de odio contra la inmigración. El presidente de Aragón añora las noches compartidas en el lecho de coalición. Por eso, ya caldea las sábanas frías de su presupuesto con mimos a la ultraderecha. Volverá a sentir el placer del cortejo facha y los «recortejos» contra los servicios públicos. Pronto descubrirá que no necesita yacer con trogloditas para reproducir sus genes, porque es un 'ultrafrodita'. 

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