Opinión
Bulos contra la convivencia
Consumir desinformación y bulos puede ser un desahogo como la comida barata. Informarse requiere tiempo y esfuerzo y, además, puede incomodar
En numerosas ocasiones oímos lo que queremos oír, leemos lo que reafirman nuestras creencias. Es el llamado sesgo de confirmación de la economía conductista que en algunas ideologías se observa con profusión. Los libelos y panfletos de los siglos XIX y XX se han sustituido por propaganda y desinformación que las redes sociales han convertido en un mecanismo barato de producir y efectivo en su alcance, con miles o millones de personas sometidas a un bombardeo de mentiras en bastantes casos. Hay demanda de desinformación por razones diversas, desde el estilo de vida, el estrés cotidiano, la precariedad laboral, el no disponer de tiempo para informarse bien de las muchas cosas de la vida que nos afectan y que deberían interesarnos.
Seguramente dedicamos más tiempo y estamos mejor informados de cuestiones deportivas que de los problemas sociales de nuestra comunidad. El consumir desinformación y bulos puede ser una liberación para nuestras neuronas, un desahogo como la comida barata, que sacia por poco dinero nuestro apetito. Informarse requiere tiempo y esfuerzo y además puede incomodar si esa información no nos gusta o nos obliga a tomar decisiones. Pero los bulos más que descargar nuestras tensiones nos irritan y nos enfurecen en muchas ocasiones hacia otras personas o colectivos, lo cual retroalimenta nuestro malestar. Las empresas buleras lo saben y aumentan la dosis de bulos. Un negocio. Y un daño a colectividad.
Hasta aquí la demanda de bulos y buleros. ¿Y la oferta? Las tecnologías de la información y la comunicación y las redes sociales han permitido la creación de una potente industria de bulos y buleros. Hemos conocido televisiones locales especializadas en monotemas y presentadores lunáticos y fanáticos; tenemos hoy en día televisiones y medios de comunicación y comunicadores especialistas en mentiras, medias verdades y bulos.
La oferta existe y es sencillo y barato ofrecer el material que uno quiere oír porque se puede conseguir una cantidad de oyentes, una masa crítica suficiente para financiarla e incluso dar beneficios económicos, aunque haya multas que a veces les imponen a instancia de terceros perjudicados. Por no enredar, no mencionaremos casos de nuestro país, cercanos y conocidos. En Estados Unidos, la Fox, una cadena prototipo de lo que estamos comentando, ha sido recientemente sancionada con 7 millones de dólares por difundir noticias falsas.
Los bulos son una industria, un negocio. Tienen su público como los realities y fieles seguidores, como en las religiones con sus sumos sacerdotes. No importa lo que digan, les creerán. No aceptan que los hechos refuten sus convicciones. Hay una relación cuasi religiosa entre el bulero y el seguidor, como ejemplificó Trump: «aunque mate a una persona me van a seguir votando».
Efectivamente son inmunes a cualquier opinión que disienta de sus creencias o de lo que los hechos muestran o de otras explicaciones bien fundadas. Aquí durante años con el 11-M tuvimos periodistas, medios de comunicación, políticos de derechas y hasta algún obispo que negaban lo evidente hasta la saciedad. Es decir, la oferta tiene su propia demanda. Si la cosa se quedara en un mero negocio económico como los reality shows o los programas del corazón o los de milenios esotéricos, sería una opción más de entretenimiento en esta sociedad opulenta. El problema es que la desinformación y los bulos cada vez polarizan más a la sociedad y esto es un peligro, de forma que como comunidad cada vez estamos más separados y con menos puntos de encuentro.
La libertad de expresión es una cuestión muy delicada inmersa en la ética y en la responsabilidad y los derechos civiles. No es igual a cuando compramos un producto, que si no reúne las características o calidad correspondientes se procede a la reclamación, queja o devolución, sin más. Se ha creado una industria de la polarización, un contaminante de la sociedad, que la enfrenta y la engaña, que socava la confianza pública y pone en jaque la convivencia social con bulos. A una industria contaminante le exigimos los correctivos correspondientes. Pues bien, la sociedad algo debería hacer para no ser secuestrada en el funcionamiento democrático.
Suscríbete para seguir leyendo
- Adiós a uno de los restaurantes más queridos de Puerto Venecia: seguirá abierto en su ubicación habitual
- Se vende hotel de lujo en uno de los pueblos más bonitos de Aragón por 800.000 euros
- Pescan un descomunal siluro en aguas del Ebro en Mequinenza
- De las 'presiones' a la 'suspensión': la directora del Gloria Fuertes de Andorra se contradice sobre la visita de Pilar Alegría
- Quién es David Cabrero, el joven oscense que ha triunfado con su vídeo de Aragón por San Jorge
- El jesuita zaragozano que convivió un año con el papa Francisco: 'A las visitas les decía que rezaba por mí en todos mis cumpleaños
- Los trabajadores encuentran un cadáver en el vertedero de Zaragoza
- El novedoso y barato producto de Lidl que evita que roben en tu casa