Opinión
Los muertos
Resuenan en Europa tambores de guerra mientras proliferan los eufemismos para hacer sus corcheas más agradables a nuestros delicados oídos: rearme y defensa necesarios, reindustrialización, seguridad, autonomía militar, etc. Entre tanto, la masacre sigue en Ucrania y el genocidio palestino se reactiva. La guerra siempre se envuelve en sonora retórica patriótica o geoestratégica, la que transmiten los medios con crónicas más o menos épicas y cifras de víctimas. Detrás de toda esta información fría y enlatada hay, empero, una realidad muy caliente: seres humanos que ya no volverán al mundo o que quedarán lisiados física y mentalmente. A ellos los olvidamos tras una placa y o un subsidio que nunca compensará su enorme sacrificio.
Entre tanto, los políticos siguen jugando su particular 'Age of Empires' mientras los ciudadanos somos meros espectadores de otro juego más o menos teledirigido. Para romper esa dinámica paralizante, debemos pensar en todas esas víctimas, en su dimensión individual; en esos chicos de Siberia sacrificados en aras de la megalomanía paneslavista de Putin, en los jóvenes ucranianos que caen cada día por una causa que quizá hubiera debido resolverse con diplomacia. Tendríamos que visibilizar uno a uno todos esos niños, mujeres y hombres palestinos inmolados por un salto adelante de Hamás que ha dado la excusa perfecta para que los genocidas del Gran Israel apliquen su plan de exterminio y expansión en nombre de Elohim, Dios de los Ejércitos. Todas esas víctimas son seres como nosotros, cuyos enemigos tienden a deshumanizar y las potencias implicadas a contabilizar como daños colaterales de un tablero geoestratégico que está por encima de todo. Por encima de la vida humana no debe haber nada, pero ese incuestionable derecho también se ha convertido en otro ejercicio de retórica. Como en el maravilloso final de 'Los muertos' de Joyce la nieve cae sobre las tumbas de los caídos en Ucrania, y la lluvia sobre los masacrados en Gaza.
Mientras sus cuerpos inertes se empapan, los que los han llevado a ese abismo trapichean por más armas y tierras raras, o diseñan el negocio redondo de un resort costero en la atormentada tierra que les vio nacer y morir. Otro gallo nos cantaría si los ciudadanos hiciéramos este ejercicio de humanización que desenmascarara las maniobras para fomentar la industria armamentística ('qui prodest?') o las rimbombantes razones geoestratégicas. Pensar en los muertos de las guerras -todas son tan injustas y miserables como inevitables- es apostar por la vida.
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