Opinión | Editorial
Acelera Zaragoza Alta Velocidad
La sociedad Zaragoza Alta Velocidad ha decidido por fin pisar el acelerador para empezar a cerrar cicatrices urbanas como la de los suelos de la antigua estación del Portillo e ir finiquitando compromisos con la ciudad que adquirió con la llegada del AVE a la estación de Delicias allá por el año 2003. Han pasado 22 años de aquel hito histórico y en el camino, más de dos décadas, puede presumir de una larga travesía que incluye una crisis económica mundial que dinamitó su estrategia de financiación, cuatro gobiernos de distinto color político en Madrid que no han conseguido rematar el proyecto global que se pensó para la capital aragonesa y una pandemia que sirvió para resucitar el apetito inversor en la zona.
Han sido más de dos décadas pero en la última ha cambiado su salud de forma notable, ya que estuvo, literalmente, en una quiebra técnica que se salvó porque sus accionistas son el Gobierno central, el de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza y consiguieron que los bancos refinanciaran su enorme deuda a largo plazo (más de 400 millones de euros) con unos intereses desorbitados a cambio de alargar los plazos de amortización e intentar ganar oxígeno. Sirvió la fórmula y ahora que la situación ha cambiado, es el momento de retomar el proyecto inacabado de convertir la llegada de la alta velocidad en un acicate para la necesaria transformación de un histórico entorno ferroviario en nuevos espacios urbanos más propios de una capital europea del siglo XXI.
Porque la sociedad Zaragoza Alta Velocidad ha sido ejemplo de cómo no se debían planificar estos proyectos de transformación, basados en su día en el ladrillo y en alimentar un boom inmobiliario que acabó con el estallido de la burbuja y el final de todos los planes de futuro de esa Zaragoza y su flamante Barrio del AVE, con miles de viviendas nuevas y equipamientos igualmente necesarios en la zona. Pero también lo es ahora de un modelo de colaboración entre administraciones, en el que si todos arriman el hombro al margen de las siglas que las gobiernan, se demuestra que son muy capaces de conquistar proyectos ambiciosos para la ciudad. La reunión de ayer sirvió para dar una imagen de unidad entre el Gobierno central, la DGA y el ayuntamiento, una entente cordial del PSOE y el PP que sacarán adelante la reconversión del Portillo en una enorme zona verde con usos lúdicos y deportivos donde hoy reina el hormigón, edificios anticuados e infrautilizados, y los terrenos convertidos en cicatriz entre el centro de Zaragoza y su barrio más populoso. Con el objetivo de culminarlo en 2027, antes de las elecciones, porque les interesa a todos que así sea y porque la espera ya ha sido demasiado larga.
Pero esa misma fórmula de la unidad es la que debería servir para desatascar otros muchos proyectos que dependen de Zaragoza Alta Velocidad y que también interesan a la ciudad. Como el desarrollo urbanístico de la orilla de la avenida Ciudad de Soria que pertenece a La Almozara, o la trasera del centro comercial Augusta, donde el Plan General ya contempla un importante número de viviendas suyas que interesan a los zaragozanos y a administraciones como la DGA que está buscando terrenos públicos para promover VPO. O poner los casi 26 millones que cuesta finalizar el túnel de la A-68 construido entre Escrivá de Balaguer y la intermodal de Delicias, un proyecto que se abandonó cuando la deuda amenazaba con terminar en quiebra. Unidad es la mejor respuesta al abandono del pasado, sobre todo ahora que los que necesitan de ese oxígeno son los contribuyentes que en su día se lo insuflaron con sus impuestos para salvarles de un descarrilamiento inevitable.
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