Opinión

Iniciativa estratégica de la Unión Europea

La presentación ayer por la Comisión Europea de 47 proyectos para la extracción, procesamiento y reciclaje de minerales indispensables para fundamentar la autonomía estratégica de los Veintisiete en diferentes campos anuncia un cambio en las prioridades de la Unión Europea. Es un hecho la urgencia de que disminuya su dependencia de terceros y se diversifique la cadena de suministros y de proveedores de materias esenciales en la automoción eléctrica, las nuevas tecnologías y el crecimiento de una industria propia de seguridad y defensa, muy supeditada hasta la fecha a Estados Unidos y su paraguas protector. En plena discusión y dudas sobre en qué condiciones seguirá siendo la OTAN la garantía principal de la seguridad europea, es ineludible poner en marcha una alternativa con garantías, de la que los proyectos aprobados son un primer paso.

El hecho de que siete de ellos sean españoles y afecten a la explotación de yacimientos de litio, níquel, wolframio, cobre, uranio y platino, entre otros minerales, en Extremadura, Andalucía, Galicia y Castilla-La Mancha, es una buena noticia económica. Al mismo tiempo, será seguramente un recordatorio de a qué cambios nos encaramos para una opinión pública en la que la preocupación en materia de seguridad y defensa se sitúa en el 20%, según el último Eurobarómetro, mientras la media europea es del 39% y en algunos estados del norte y del este supera el 50%. Pero no hay duda de que en la nueva realidad europea, solo la unidad de acción puede contrarrestar la vulnerabilidad frente a la ambición de Estados Unidos en Ucrania o Groenlandia y su hostilidad hacia la UE, y el retroceso de la influencia del continente en países suministradores de materias primas frente a los avances de China o Rusia.

Esa unidad de acción es la que se requiere para acceder a mercados tan esenciales como los de las tierras raras y el coltán, cuya explotación no es ajena a conflictos de larga duración en África. El programa europeo que se pone en marcha es solo la primera piedra de una larga y prolongada carrera por el control de recursos naturales indispensables, inseparables del crecimiento exponencial de la influencia de las tecnofinanzas en los asuntos mundiales.

El llamamiento que hará hoy Bruselas para que los europeos se provean a no mucho tardar de un kit de supervivencia que cubra 72 horas para afrontar una situación de guerra, desastre natural derivado de la crisis climática, pandemia o ciberataque completará la perspectiva de un futuro más inseguro, más imprevisible y más expuesto a situaciones límite. Cuando empezó a hablarse con insistencia de lograr la autonomía estratégica en Europa, Reino Unido incluido, cundió la impresión de que lograrlo era un objetivo a medio plazo. La crisis económica de Alemania, resultado de su dependencia del gas ruso, el desafío de Vladímir Putin a partir de la invasión de Ucrania, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y su guerra arancelaria suman elementos suficientes para que no pueda acusarse a la Comisión Europea de alarmismo. Antes bien, parece ineludible un programa de acciones preventivas, como han explicado Ursula von der Leyen y varios comisarios en los últimos meses. 

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