Opinión | Sala de máquinas
Acidia
Acidia o acedía son términos ciertamente en desuso, palabras antiguas que apenas se usan ya, pero cuyo significado sigue siendo, al proseguir figurando sus causas y percibiéndose con claridad sus consecuencias en esta sociedad acídica que nos ha tocado vivir, plenamente contemporáneo.
En esencia, acidia vendría a ser o a representar una sensación, una actitud de pasividad y negatividad, una manera de ver la vida en la que el hombre víctima de acidia, o paciente de acedía, se ha tornado, en definición del escritor británico Aldous Huxley (de quien he rescatado el término), «torvo y cauteloso».
Así, en lugar de animar la existencia con iniciativas y alegrías, movimientos y riesgos, ese individuo oscurecido por las fuerzas exteriores, imantado a la tierra por pesos que le impiden volar, permanecerá irresoluto, quieta el alma, inmóvil el cuerpo, sin apenas participar en la vida social y sin pretender reformar o modificar nada. Dejando el mundo (y sus gobiernos) como están.
Actitud (la acídica) que, por tanto, interesa al poder.
La acidia no sólo es un mal singular, individual. Igualmente puede pluralizarse. Tanto el individuo aislado como la colectividad son susceptibles, en un momento determinado, de contagiarse de acidia, pudiendo sufrir sus síntomas durante un tiempo indeterminado, desde unas pocas horas hasta unos largos años.
Cuando es un país entero el que la sufre –caso, para poner unos cuantos y lastimosos ejemplos, de Cuba, Venezuela, Argentina o Rusia–, la acidia deviene en una pandemia de resignación, servilismo o esclavitud, entendiendo por tal la cesión o rendición acrítica al dominio de otro. Arrugados por una tonante autoridad que los adoctrina, subvenciona, castiga o encarcela, cubanos, venezolanos, argentinos o rusos comparten el mal de la acedía, una misma desmoralización o incapacidad de corregir el rumbo y actuar libremente y con valentía para recuperar su libertad.
Allá donde las circunstancias generales, bien a causa de una dictadura, bien por culpa de la incapacidad de los poderes públicos, arrastran a sus pueblos hasta una posición de derrotismo y abandono de la propia dignidad, rige la acidia, la angustia, la insolidaridad. Huxley utilizó estos conceptos en Un mundo feliz, máxima expresión de un universo infeliz, esclavo y acídico.
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