Opinión
Aguantar el pulso de Trump
La guerra arancelaria concretada ayer por Donald Trump tendrá un impacto directo en los sectores más orientados a la exportación a EEUU, pero entraña el peligro más general de una espiral recesiva, especialmente si las medidas destinadas a contrarrestar las que entre mañana y el miércoles próximo entrarán en vigor nos introducen en una escalada de acción y reacción (salvo el resultado de negociaciones como las que se espera que emprenda la Unión Europea).
La estocada al comercio mundial infligida por la Casa Blanca no es el «Día de la Liberación de Estados Unido» anunciado por el presidente, sino una impugnación global de las normas que rigen el comercio mundial mediante el tratado que en 1995 hizo posible el nacimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Este programa a gran escala para imponer reglas nuevas a todo el mundo mediante un proteccionismo sin fisuras es equiparable al que en 1930 adoptó desafortundamente el presidente Herbert Hoover después del ‘crash’ de Wall Street.
El desconcierto que precedió al anuncio ha tenido continuación con el desaliento con el que ha sido recibido, con el resultado de una depreciación del dólar, caída de las bolsas, amenaza de inflación y vaticinios de recesión. La seguridad absoluta de que los primeros en pagar las consecuencias del programa trumpiano serán los consumidores de Estados Unidos es compartida por los analistas europeos, así como la necesidad de que la Unión Europea afronte la situación unida, mantenga informados a los agentes sociales y adopte medidas que atenúen los eventuales efectos que la guerra arancelaria pueda tener para empresarios y trabajadores.
Es tan estimable la pretensión de negociar con EEUU de aquí al martes para suavizar el impacto como obligado rechazar los fantasiosos cálculos de las barreras que supuestamente fijan otros países a los productos de EEUU, que hacen que las tasas fijadas no tengan nada de recíprocas, y necesaria la articulación de medidas de respuesta que salvaguarden los intereses europeos.
El anuncio hecho por Pedro Sánchez –14.000 millones para suavizar el golpe de los aranceles y un mecanismo para proteger el empleo- y las iniciativas de otros líderes europeos de moverse en esa dirección deberían servir para ganar tiempo hasta que el año autoinfligido desde la Casa Blanca se haga evidente. Mientras, Europa debe evitar plegarse a la habitual puja de presión del presidente y disuadir a los más cercanos a Trump –Viktor Orbán y Giorgia Meloni– de buscar una salida individual que rompa la unidad europea y debilite el proyecto comunitario.
El precedente de la capacidad de reacción unitaria demostrada a raíz de la pandemia es un buen punto de partida, pero la crisis en curso presenta aristas muy diferentes. Es preciso explorar sin dilación la necesidad de aumentar la relación comercial con grandes economías emergentes, singularmente China y la India, aumentar los intercambios con Mercosur y buscar nuevos vínculos con Corea del Sur y el área en desarrollo del Sureste Asiático. En ningún caso será seguramente posible paliar del todo los efectos de una más que previsible contracción del comercio con EEUU, pero es precisa una estrategia nueva y eficaz.
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