Opinión

Degeneracionismo

Nos sentimos protegidos dentro de un grupo mayoritario aunque destacamos si somos miembros de una selecta minoría

La mayor parte de la población pertenece a una minoría. En cambio, solo unos pocos se agrupan formando mayorías. Esta ley del comportamiento social es la que permite el control de los poderosos. Nos sentimos protegidos dentro de un grupo mayoritario aunque destacamos si somos miembros de una selecta minoría. Somos únicos en lo colectivo pero nos comportamos individualmente como una franquicia. Llevamos la contraria para reforzar la personalidad, al mismo tiempo que nos plegamos a nuestros deseos para someternos a la voluntad del resto. El poder se mide en términos de influencia. Nos influye la mayoría al uso, tanto como la minoría que rompe el guión establecido. Nos creemos originales sabiendo que una moda extendida refuerza lo individual, a la vez que un gusto particular genera una tendencia global. Los humanos somos seres fluyentes que soñamos con ser personas influyentes. Lo curioso es que, por definición, no existe la influencia por obligación. La jerarquía puede tener el mando, pero carece de influencia. 

En psicología estudiamos el llamado sesgo de conformidad que hace que los individuos se plieguen a opiniones mayoritarias, por absurdas y contradictorias que sean con la realidad. Pero también analizamos la influencia de grupos reducidos. El psicólogo rumano Moscovici investigó los mecanismos de articulación y poder de las minorías. De hecho, son estos colectivos minoritarios los que protagonizan los principales cambios sociales. En sus estudios observó cómo estos pequeños grupúsculos de escasa influencia persuaden a la mayoría, lenta pero gradualmente, de que sus ideas no sólo son tolerables sino correctas. Este proceso, que llamó conversión, va calando hasta que la propia mayoría considera que la realidad siempre fue así. Este olvido, denominado «criptomnesia» social, hace que las ideas minoritarias se vean como una verdad de normalidad aceptada y no conquistada. Como la democracia. Lo que sí constató es que las minorías debían ser coherentes para lograr su objetivo y ser mayoría. Lo comprobó en un experimento en el que enseñaba dibujos a los sujetos para que dijeran su color. Todas las figuras tenían diversas tonalidades azules. Formó grupos de seis personas en los que dos estaban confabuladas con el psicólogo para indicar que las veían verdosas. Esa influencia minoritaria logró un cambio de respuesta de azul a verde el 8,5% de las veces. Ahora, si esa misma minoría unas veces veía los dibujos azules y otras verdes, la mayoría sólo era influenciada un 1% de las ocasiones. Hoy sabemos que la coherencia, el compromiso y la flexibilidad son los tres factores que determinan la eficaz influencia de las minorías. Estas investigaciones explican los cambios y avances del progreso social. Por ejemplo, el feminismo, la mejora en las condiciones laborales o la superación de la discriminación por motivos de raza u orientación sexual. Por desgracia, el mismo mecanismo explica los retrocesos que estamos sufriendo, en esas mismas materias, por la influencia que grupos minoritarios de la ultraderecha política, social y religiosa están tejiendo en la actualidad. 

Trump ejerce de Moisés de los dioses ultraliberales, al mostrar los mandamientos arancelarios en sus tablas de Trumpsés, para castigar y exprimir a quien considera sus enemigos, es decir todos los demás. Pero nadie ni nada se aprecia despreciando a otros. En Aragón sí tenemos a un auténtico Moisés de las aguas. Así define el escritor Luis Bescós al aragonés Joaquín Costa, en la lápida que grabó en su mausoleo del cementerio de Torrero. Necesitamos recuperar su regeneracionismo frente al «degeneracionismo» del gobierno yanqui y sus socios ultras. No es casualidad que Orbán, como haría Abascal, sea el cómplice que reciba al asesino de Netanyahu y Hungría, que debería detener al genocida, abandone el Tribunal Penal Internacional. 

El plan económico de Pedro Sánchez para defender a los sectores afectados se debe sumar a una respuesta europea mancomunada. Los cencerros de Vox seguirán adorando al becerro de oro que rige la Casa Blanca. Esa minoritaria manada verde de la ultraderecha, que respalda al presidente yanqui, es la misma que obliga a postrarse ante sus postulados a los líderes autonómicos del PP para apoyar sus presupuestos. El presidente de Aragón acepta las vejaciones de sus socios ultras, no porque le guste la humillación sino porque se siente cómodo con la exaltación de sus consignas. Entre el pedorro de Abascal y el Ventorro de Mazón, así gobierna Azcón. 

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