Opinión
Soltera en Nueva York
De Henry James y de Edith Wharton se dijo, ya en vida de ambos, que eran los escritores norteamericanos más europeos. Entendiendo como tales aquellos que se tomaron la molestia de diseccionar, a la antigua manera occidental, a una joven sociedad, como la nacida a raíz de la independencia de las colonias, en lo que iba a llamarse Estados Unidos de América. Donde muchos de sus «tipos», cuando Henry James y Edith Wharton afilaban sus plumas allá por el último tercio del siglo XIX, estaban naciendo, y sus semblanzas, retratos y estudios psicológicos por hacer.
En La solterona (Ediciones Invisibles, colección Pequeños placeres), Edith Wharton traza el formidable retrato de dos primas de la alta sociedad neoyorquina pertenecientes a la familia Ralston, uno de los clanes más poderosos de la que comenzaba a presentarse en sociedad como la ciudad más poderosa del mundo.
Una de ellas, Charlotte, madre soltera, vivirá el resto de su existencia bajo el peso de haber ocultado su maternidad. La otra, en cambio, Delia, que no había podido tener hijos, se las arreglará para acabar figurando y ejerciendo como la verdadera madre de su sobrina. Esta situación, que hoy parecería inconcebible, era perfectamente plausible en una época, a finales del siglo XIX, en que la mujer carecía de las más elementales libertades, sustituidas por la reclusión en el ámbito doméstico, viendo constreñidas las ilusiones y aventuras de su juventud por convencionalismos tan difíciles de reformar como las leyes que les protegían.
Una novela mágica en su precisión argumental, en la selección cronológica y climática de sus escenas, en su ambientación, en sus diálogos y, sobre todo, en el retrato interior de esas dos jóvenes/damas/señoras/ancianas, Charlotte y Delia, condenadas a compartir el recuerdo de un mismo hombre y de una misma pero matizada resistencia a aquel tiempo alcanforado en los salones y alcobas de su neoyorquina mansión.
Una indagación literaria sobre la maternidad, la represión y el amor que conjugó las nobles fuerzas del corazón con las corrientes adversas de una sociedad poco inclinada a abrir aquellos cerrojos con que, inmemorialmente, controlaba el comportamiento sexual y familiar de las mujeres. Y una necesaria lectura.
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