Opinión
Una ciencia libre en Europa
Según una reciente encuesta de la prestigiosa revista Nature, el 75% de los científicos que trabajan en EEUU se estarían planteando dejar el país. Un editorial de la publicación advierte del proceso de «demolición de la ciencia» que está ejecutando la segunda Administración Trump, «con unos daños de un valor incalculable». Science, otra publicación igualmente relevante, tiene activada una aplicación llamada Trump tracker que analiza el impacto tanto de los recortes dirigidos por la oficina de Elon Musk como de las políticas represivas (con deportaciones, prohibiciones, despidos de personal, anulación de becas y de fondos de investigación) contra «los investigadores no alienados con las prioridades del Gobierno».
La Administración Trump actúa en distintos frentes y la conjunción de todos los factores llega a convocar una tormenta perfecta en el mundo de la ciencia y la investigación. Por un lado, los recortes económicos generales que afectan, en este caso, a universidades y a centros punteros como la NASA o el NIH (Institutos Nacionales de Salud), que, con un presupuesto anual de 40.000 millones, es el organismo más importante del mundo en investigación básica. Por otro, el chantaje a aquellos científicos cuyas líneas de estudio se alejan de las prioridades trumpistas: desde el cambio climático a la perspectiva de género, la diversidad, la equidad y la inclusión, desde las vacunas a la investigación espacial. Por último, la presión ideológica hacia las universidades (con amenazas de recortes drásticos) que, según el Gobierno, sean sospechosas de antisemitismo o de concordancia con postulados propalestinos, como ha ocurrido con la de Columbia, que no solo ha cedido en cuestiones de orden público, sino que ha permitido, para no perder 400 millones de inversión, la figura de un vicerrector que supervise y controle los estudios sobre Oriente Medio, Asia Meridional y África.
Ante esta distopía galopante, con miedos e incertidumbres en la comunidad científica americana, la UE percibe una ventana de oportunidad tanto para revertir la fuga de cerebros como para captar talento de alto nivel. The Economist asegura que «Trump empuja a los científicos a los brazos de Europa», pero también avisa de la necesidad de más inversión. Diez países europeos, entre ellos España, han mandado una carta a la comisaria de Investigación e Innovación en la que piden medidas urgentes para «atraer talentos brillantes del extranjero que puedan verse afectados por interferencias en la investigación y por recortes arbitrarios». Tras la elipsis y el sobreentendido, aparece la necesidad de una previsión europea ante la previsible desbandada americana. La oportunidad existe, pero también los problemas. Sobre todo, en el ámbito de las infraestructuras científicas, en el de la remuneración salarial (los contratos en EEUU triplican a los europeos), y en el de la burocracia administrativa.
Las medidas a tomar requieren de un compromiso comunitario para elevar el presupuesto en ciencia, teniendo en cuenta que Europa se encuentra ante un escenario en el que se calculan 800.000 millones de gasto en defensa, que es, aproximadamente, la cantidad que EEUU dedicaba a la investigación, el doble de lo que invierte hoy Europa. España, a través del programa Atrae, dedica 30 millones a la captación de capital humano extranjero, una cantidad que también tendrá que aumentar.
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