Opinión
Alivio pese a la incertidumbre
La decisión de Donald Trump de suspender durante 90 días la entrada en vigor de los nuevos aranceles a decenas de países y a la Unión Europea ha supuesto una tregua en la guerra comercial desatada por la nueva administración norteamericana, pero no ha despejado la incertidumbre provocada por su errática política comercial. La reacción positiva de las bolsas ha puesto de manifiesto el alivio de unos mercados que habían reaccionado negativamente a la imposición de aranceles que iban a más allá del 10% anunciado inicialmente. Pese a que Trump ha excluido a China de esta tregua, su marcha atrás ha sido interpretada por los observadores como una disposición a negociar que contrasta con la actitud beligerante que adoptó a principios de la semana. Su decisión responde, probablemente, a la alarma que habían suscitado las consecuencias de su anuncio para la propia economía norteamericana. El rápido deterioro del valor de los bonos norteamericanos y las dudas que plantea la capacidad de Estados Unidos de fabricar de modo competitivo, en el propio país, los productos gravados con aranceles prohibitivos provocaron críticas en sectores económicos que Trump se ha visto obligado a escuchar. Entre estas las del billonario Elon Musk, uno de sus principales valedores, pero también la de millones de norteamericanos que tienen gran parte de sus ahorros depositados en la Bolsa de Nueva York.
La respuesta de la Unión Europea, que ha suspendido la imposición de aranceles recíprocos, ha contribuido a calmar los ánimos, tras unos días que habían puesto en cuestión el sistema de comercio internacional de las últimas décadas. Sin embargo, los vaivenes impredecibles que han marcado los primeros 90 días del mandato de Trump no permiten echar las campanas al vuelo. Nada es seguro, menos la incertidumbre, titulaba la influyente revista Time, al comentar lo sucedido en las últimas semanas. Por otra parte, la permanencia de elevadísimos aranceles entre las dos principales economías del mundo (145% para los productos chinos en EE.UU, y 84% para los productos norteamericanos que entren en el mercado chino) sigue añadiendo incógnitas para todos los gobiernos y los agentes económicos. En la medida en que los intercambios entre Estados Unidos y China suponen, sumados, casi el 40% del comercio mundial, es evidente que semejantes barreras arancelarias van a perturbar la economía mundial, de no extenderse la negociación a ambos países. La preocupación de cualquier presidente norteamericano por el déficit que tiene su país es comprensible, y reducirlo es del interés, no sólo de Estados Unidos, sino de la comunidad internacional. Pero ello debe hacerse con negociaciones multilaterales, en el marco de las organizaciones y de las leyes establecidas, y no con decretos populistas que no soportan la prueba de la realidad y deben modificarse al cabo de 48 horas.
Estados Unidos, la Unión Europea y China han prosperado en las últimas décadas gracias a unas reglas que conviene adaptar, pero no dinamitar. Inversores chinos tienen en sus manos 800.000 millones de deuda norteamericana. Ello da una idea del daño recíproco que podrían hacerse ambos países, en caso de una guerra comercial sin cuartel. No hay otro camino que el de la negociación por ardua que sea, si se quiere evitar una catástrofe económica de consecuencias geopolíticas imprevisibles.
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