Opinión | LA RÚBRICA
Ricos discontinuos
Poner la otra mejilla ante una agresión será muy cristiano pero es inhumano. Ofrecer el otro moflete, para recibir un nuevo cachete, sólo sirve para devolver el equilibrio impresionista a un rostro abstracto de dolor. Entre el masoquismo gozoso y la humillación morbosa, existe un nutrido perfil de personas que van desde los exhibicionistas de la pasión religiosa hasta los pacientes diagnosticados con una patología de excitación sexual. Al menos, la ley del talión que nació en Mesopotamia tenía algo más de sentido jurídico al abordar el incipiente principio de justicia equitativa. El caso es que unos se sacaban mutuamente los ojos, sin que todavía existieran anteojos, y otros disfrutaban siendo martirizados pero canonizados.
La resistencia no violenta exploró caminos intermedios para defender a las personas, sin caer en la venganza agresiva o en el suicidio pasivo. El acoso de los macarras de la autoridad está muy presente en la violencia de género y en la vida escolar. También es habitual en el trabajo y grupos sociales. El matonismo se basa en la crueldad, antes que en el poder. Y puede más por lo que asusta que por lo que es. Provoca un estado de ansiedad en sus presas, que se instala en su comportamiento, a las que destroza su autonomía personal. Así, culpabiliza a sus víctimas para que se sientan responsables de las fechorías. No confundamos a un matón con el gruñón que siempre despotrica de todo contra todos. Éste último, insufrible y quejoso, siempre anda de mal humor y puede ser agresivo en sus respuestas, pero sólo actúa reaccionando a un estímulo, sin ejercer manía persecutoria, como haría un auténtico matón.
Pero ¿cómo responder a los matones? En octubre de 2022, la revista Nature publicó un experimento en el que un equipo norteamericano de investigadores en neurociencia en Princeton analizó la mejor estrategia de los roedores para defenderse de ratones matones. Resumiendo, sus estudios demostraron que las ratas que habían hecho frente a sus agresores aprendieron a ser más resistentes a la agresión. En cambio, los sujetos que no se defendieron tendían a un comportamiento depresivo. Este experimento demostró que es posible aprender a plantar cara. Trabajar la resiliencia individual, entrenarla y desarrollarla, ayuda a fortalecer la personalidad. Ahora bien, que nadie pretenda satisfacer su autoestima siendo un respondón permanente. No hace falta que nos opongamos a todo el mundo para afirmarnos en falso. Sólo debemos hacer frente a los que se lo merecen.
Donald Trump es un matón. Esa definición hace que no merezca la pena hurgar mucho más en su posible intelecto, o discutible patología, para descubrir recónditos perfiles que justifiquen su errático comportamiento. Su tipología es peculiar, pero identificable dentro de los especímenes que lidian con la chulería. Iñaki Domínguez es un antropólogo cultural que ha estudiado diversas tribus urbanas a las que desgrana en su libro, Macarras Interseculares (Ed. Melusina, 2020).
El presidente de EEUU pertenece al subgénero de los pijos chungos. A los matones les pierde que su papel de hampón lo ejercen con todos, incluso contra sus amigos. Por eso no sabemos si da más miedo el protagonista o sus colegas de matonería que han forzado al jefe del clan a parar y no dañar a su manada con más ocurrencias. Donald ha cedido a estas presiones, aunque sube las de las duchas que le viene al pelo. De este modo, los colegas inversores ven como un día pierden un poco de lo que tienen y, al día siguiente, lo perdemos los demás. A estos matones del dinero no les gusta ser ricos discontinuos sino tener un contrato indefinido como explotadores y especuladores de la opulencia. Tanta yenka del yanqui, con las cuitas interruptas de sus aranceles, demuestran que este agente naranja de la economía mundial es, en realidad, un fanfarrón que farda de aranceles. Por eso le apodan el fardanceles.
Los matones con rango se valen de sicarios que les hacen el trabajo sucio en todos los países. En España tenemos a los ultras de Vox como esbirros de Trump. Los de Abascal son para el PP como esos compañeros gamberros, que no te dejan dormir con los ronquidos de sus exabruptos, pero con los que debes compartir cama para soñar juntos desde el gobierno. Los de Azcón mecen la cuna de los presupuestos autonómicos, con nanas contra la inmigración, para arrullar a la ultraderecha aragonesa. Pero ni así los conservadores son capaces de apaciguarles. Quizás estén haciendo méritos para ser sus secuaces.
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