Opinión | Sala de máquinas

Huellas del mal

El origen del mal es uno de esos enigmas que siempre persiguen a cualquier moralista. Su procedencia o raíz viene intrigando a los grandes filósofos desde la antigüedad. El creacionismo ha tenido que enfrentarse en innumerables ocasiones a la pregunta de por qué Dios permite el mal, pudiendo impedirlo en cualquier momento gracias a su omnipotencia; o, para empezar, pudiendo haber evitado que surgiera como una negra antorcha en el contexto de la creación.

Al margen de lo que las grandes religiones y sistemas filosóficos puedan deducir acerca de la innegable realidad de la existencia del mal, el caso es que necesariamente tuvo (como todo) que tener un origen.

Según la teoría de La huella del mal, la novela de Manuel Ríos que acaba de ser llevada al cine, dicho origen habría que buscarlo en los primeros clanes del sapiens, aquel hombre primitivo que ya era capaz de asociarse y regir sus grupos o clanes por una serie de normas básicas, con una jerarquía, unos rituales, una determinada alimentación y –es de suponer, por los testimonios de yacimientos antropológicos–, por la existencia de enemigos, castigos y muertes violentas. Así, el origen del mal en nosotros, y en nuestros transmisores genes, heredados de tantas generaciones de homo antecessor, neandertal, cromañón, íbero o celta, fenicio o cartaginés, romano o visigodo, árabe o franco, procedería de la llama pre-historia, y de la «selección natural» que en su decurso tuvo que producirse para primar la supervivencia de los más fuertes sobre los débiles. Entre esos «fuertes», supuestamente, anidaría la semilla de la violencia, del mal, necesaria para imponer sus deseos de vivir a las voluntades contrarias.

Una teoría muy simple, demasiado, me temo, claramente inspirada en la «evolución de las especies» preconizada (moralismos aparte, pues en la naturaleza no existen) por Charles Darwin. Que no explica las manifestaciones de maldad o crueldad colectivas (holocausto nazi, purgas estalinistas...) ni tampoco la mayoría de las psicopatías derivadas de los temperamentos antisociales, tan abundantes hoy en día, y a menudo confundidos con arquetipos criminales o figuras del derecho penal.

Que lo que llamamos el mal existe no hay duda. Que esté en todos los hombres y mujeres por herencia genética es algo aún por demostrar.

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