Opinión | Talento y empleo

¿Existe una crisis de liderazgo?

Muchas organizaciones siguen confundiendo ser jefe con tener la razón, imponer criterios o decidir sin consultar

Hace ya tiempo que el tema del liderazgo dejó de ser exclusivo de los libros de management o de las charlas de coaching. Ahora está en la calle, en los grupos de WhatsApp, en los hilos de X, en los memes sarcásticos de LinkedIn y, sobre todo, en las conversaciones informales entre profesionales que, con una mezcla de ironía y resignación, se preguntan: ¿dónde están los líderes de verdad?

Porque vamos a ser honestos: tenemos muchos jefes, pero pocos líderes.

Y si hay tantos «puestos de liderazgo» vacíos de liderazgo real, quizá deberíamos empezar a cuestionar el sistema, no solo las personas.

Se habla mucho de liderazgo transformacional, liderazgo emocional, liderazgo consciente, liderazgo inclusivo... pero luego, en la práctica, lo que se ve es liderazgo de manual de los años 80: control, desconfianza, micro gestión y un toque de ego camuflado de «carácter fuerte».

Muchas organizaciones siguen confundiendo ser jefe con tener la razón, imponer criterios o decidir sin consultar. Peor aún: hay líderes que lideran desde el miedo. Y eso crea culturas laborales donde la gente trabaja más por evitar consecuencias que por perseguir objetivos. ¿El resultado? Equipos que sobreviven en lugar de crecer.

Hay un sinsentido muy extendido: se contrata talento, pero luego se le niega autonomía. Personas que son expertas en lo suyo acaban necesitando aprobación para cambiar una coma. ¿Dónde está la lógica de contratar a alguien «brillante» si luego no le dejas brillar?

El mensaje que cala en el equipo es claro: «Te contratamos por lo que sabes, pero te valoramos por lo obediente que eres». Y eso, amigo, es dinamita para la motivación.

Otro gran mal del liderazgo actual: poner a las personas equivocadas en el lugar erróneo.

No todo el mundo está preparado para liderar, y no pasa nada por admitirlo. Lo que sí pasa es que se nombre líderes por criterios poco profesionales: afinidad personal, antigüedad o porque «no molesta demasiado».

Y así, la mediocridad asciende. Y los que realmente podrían aportar, se marchan.

Pero ojo, tampoco es solo culpa de quien ocupa el puesto. En muchas ocasiones, a quienes se les da un cargo no se les da ni formación, ni acompañamiento, ni modelo a seguir. Se espera que lideren «como puedan», como si el liderazgo se aprendiera por ósmosis o por aguantar reuniones.

Aquí llegamos al punto clave: las empresas necesitan definir qué tipo de liderazgo quieren fomentar. No puedes pedir empatía, innovación y colaboración si lo que premias es la sumisión, la rigidez y el individualismo.

Un liderazgo sano requiere una cultura sana.

Y eso empieza arriba. Porque si la cúpula tolera comportamientos tóxicos, incoherentes o narcisistas, esos comportamientos se extenderán como un virus.

No se puede predicar la transparencia mientras se toman decisiones a puerta cerrada. No se puede pedir autenticidad mientras se castiga el error. El liderazgo empieza con el ejemplo. Y si el ejemplo es pobre, la cultura será frágil.

Criticar al jefe es deporte nacional. Pero, ¿qué pasa cuando somos nosotros los que tenemos que liderar algo? ¿Realmente nos comportamos tan distinto? ¿O caemos en los mismos errores que criticamos?

Porque el liderazgo empieza mucho antes de tener un cargo.

Empieza cuando escuchas en vez de imponer. Cuando compartes en vez de competir. Cuando reconoces el trabajo de los demás sin que te lo pidan.

Todos, en algún momento, lideramos algo o a alguien. Aunque sea a nosotros mismos.

El problema no es solo que falten líderes.

El problema es que estamos creando entornos donde liderar bien se convierte en un acto de rebeldía.

Donde ser honesto, generoso y valiente te pone en la cuerda floja porque rompe el status quo.

Donde liderar con empatía te desgasta más que te empodera.

Si queremos cambiar el liderazgo, empecemos por cambiar el sistema que lo sostiene.

Porque mientras premiemos el miedo sobre la confianza, el ego sobre la escucha, y el poder sobre el propósito... seguiremos hablando de líderes como si fueran especies en peligro de extinción.

Y lo más triste no será no encontrarlos... sino descubrir que, quizás, nosotros también podríamos haber sido uno de ellos.

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