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Transición energética para construir la prosperidad de Aragón

La transición energética es un proceso mucho más complejo que sustituir combustibles fósiles por otros de origen renovable y, probablemente, la información existente sobre la profundidad del cambio social sea escasa o compleja de entender. Transitar es un verbo que marca claramente movimiento de un lugar a otro, que nos invita a observar, disfrutar y sufrir el proceso con la aspiración de llegar a un punto de destino ansiado antes de iniciar la marcha. Pero, como todo camino humano, está lleno de dificultades y resistencias.

El aspecto más importante a tener en consideración es que la transición energética lleva implícito un cambio drástico en las dinámicas de poder e influencia que los Estados han construido a lo largo del pasado siglo XX. Hay ganadores y perdedores, no solo a nivel individual de personas físicas, sino a nivel político y geopolítico.

Las luchas por las tierras raras no son nuevas: durante la historia de la humanidad se ha prospectado la tierra en busca de materiales y grandes guerras se han fraguado con base en conflictos de aprovisionamientos estratégicos. Tampoco es nueva la supuesta obligación de comprar materias o productos que está proponiendo el presidente de EEUU, Donald Trump, con el gas y petróleo americano, puesto que los imperios coloniales crecieron económicamente gracias a un mercado cautivo y obligado a consumir las manufacturas producidas por la industria de la potencia colonial.

Tampoco es nuevo el cambio radical que pueden experimentar algunos países gracias a cambios en el modelo de consumo energético mundial. Solo hay que observar los países productores de petróleo del Golfo Pérsico y comparar sus ciudades desérticas de hace 50 años con las actuales.

Por tanto, las consecuencias sociales y económicas de los cambios en modelos energéticos y de producción están claramente estudiadas en la historia. ¿Por qué no somos capaces de observar y prospectar el futuro que nos espera con la transición energética? Seguramente por el mismo motivo que no se descubrió América antes: porque la tecnología y la determinación de las personas lo permitió en ese momento y no antes.

La energía renovable es la más barata de producir y, además, genera las externalidades positivas de reducir los gases de efecto invernadero. El consumo de fuentes de energía propias de los territorios permite disminuir la dependencia del exterior y, en consecuencia, nos hace más fuertes, resistentes y adaptativos a los cambios futuros al basar el crecimiento en fuentes de energía propias e inagotables. Además, el impulso innovador mundial está enfocado en mejorar los sistemas de producción y consumo de fuentes de energía renovable; el futuro técnico todavía será mejor.

Si todo son ventajas, ¿por qué hay países, empresas o personas que rechazan la transición energética? Por una cuestión muy humana, porque su situación futura será peor. Pero he aquí la discusión: los que se resisten al cambio lo hacen porque saben que van a perder en el proceso o porque no comprenden el futuro sobre la base de su historia reciente. ¿Pero qué ocurre en el lado del cambio de los que ganan?

En el lado de los ganadores está claramente España y, particularmente, Aragón. Por primera vez en la historia moderna podemos dictaminar el futuro industrial de Europa, atraer inversiones y reconquistar la revolución industrial que nuestro país se perdió en el siglo XVIII, siendo especialmente relevante el caso de Aragón. Aragón es tierra dura. Viento, polvo y sol recorren los 48.000 km2 de nuestra comunidad y, tras siglos de sometimiento al centralismo o a nacionalismos periféricos, nos encontramos con nuestro legítimo derecho a construir un mejor porvenir para las personas que hoy vivimos Aragón y para las decenas de miles que tendrán que llegar a nuestra tierra en los próximos años.

La historia industrial de Aragón está ligada a la exportación de energía y la transición energética nos ha permitido reivindicar el derecho a importar industria para crear un mejor porvenir respetando y preservando el medioambiente, la cultura y los elementos tradicionales que nos han forjado como pueblo.

El autoconsumo industrial y las comunidades energéticas deben ser parte de nuestro autogobierno existente en materia de medioambiente, sanidad o educación. Aragón tiene la posibilidad de convertirse en la región más próspera de Europa en los próximos 10 años; soñar con los dos millones de habitantes y con una economía basada en los principios rectores del siglo XXI. Para ello, Aragón debe superar sus propios miedos y debilidades, las resistencias del gobierno central en cuanto a la velocidad del cambio y los celos y trabas de las comunidades autónomas españolas que están impulsando frenos al progreso de la transición energética porque se ven perdedoras en un sistema descentralizado de producción y consumo energético renovable.

La transición energética nos beneficia a todas las personas en tanto que quiere mantener nuestro planeta habitable para la especie humana a la par que frene la sexta extinción masiva que silenciosamente estamos viviendo. Pero, además, para España y especialmente para Aragón supone la gran oportunidad de mejorar la calidad de vida y reducir la desigualdad. Nuestro mundo ha cambiado en 40 años mucho más que en los anteriores 100 y el devenir de los próximos 10 forjarán los nuevos equilibrios de poder en la geopolítica mundial. ¿Liderará Aragón el nuevo porvenir? n

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