Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Sordos

La realidad de las personas privadas del sentido del oído es un terreno muy desconocido por quienes sí gozan de la impagable ventaja de escuchar los sonidos de la naturaleza. Los no oyentes o sordos se enfrentan diariamente a obstáculos de una enorme y a menudo inhumana dureza, debiendo poner en juego toda su voluntad y ánimo para compaginar sus actividades con las de las personas normales.

Además del casi inevitable aislamiento provocado por ese permanente silencio que envuelve todas sus acciones, y las de los otros, los sordos deben aprender el lenguaje de signos, a fin de entenderse entre ellos, y, al mismo tiempo, dominar el arte de leer los labios de quienes se les dirigen con un lenguaje hablado que ya nunca podrán oír, aunque sí interpretar.

La película Sorda, de Eva Libertad, ha puesto el acento en esta problemática, desarrollándola conforme a un guión en cuya trama abundan las escenas sustanciales, con claro impacto desde el punto de vista emocional y un largo recorrido posterior en el ámbito de nuestro pensamiento reflexivo. Sin duda, en la mayoría de los espectadores la película causará sorpresa, quién sabe si angustia, quién sabe -ojalá- si algún tipo de futuro compromiso de cara a mejorar las vidas, los trabajos, las relaciones o la integración de los no oyentes.

Magníficamente interpretada por Miriam Garlo y Álvaro Cervantes, Sorda plantea el proceso de una pareja moderna, española, uno de cuyos miembros -ella- es sorda. No de nacimiento, sino como una desdichada y posterior pérdida que, sin embargo, no le impedirá enamorarse de un hombre comprensivo, encantador, y tener una hija con él. Se nos revelará que la niña, tras ser sometida a unas pruebas médicas, ha nacido oyente, lo que causa gran alegría a los padres (la estadística afirma que hay el 50% de posibilidades que un bebé herede la sordera). Sin embargo, y a pesar del esfuerzo de ambos, y del amor que comparten, la convivencia los enfrentará a momentos de gran dificultad. Habrá rencores, incomprensiones, reproches, reconciliaciones... Todo en una clave humana, sensible, que convierte a esta cinta en una pieza perdurable, tanto por su originalidad como por los sustanciales, necesarios mensajes que traslada con imágenes y palabras, y, por supuesto, con el idioma de los no oyentes.

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