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Opinión | Con sentido / Sin sentido

Evita Bergoglio

El papa Francisco ha sido tildado con apelativos desde diferentes frentes: comunista, peronista, conservador en la moral, populista, ecologista, humanista, renovador, anticristo, etc. No es fácil definir su compleja personalidad, aunque hay dos figuras que nos ayudarán a explicarlo. Una es su compatriota Evita Perón, quien entendió, como él, esa comunión con la gente común, los «nadies»; era en ella pura intuición y sentir populistas mientras en Francisco hay un fondo ideológico y teológico solo en parte conectado con el peronismo (nunca se declaró como tal y tuvo una relación conflictiva con los Kirchner). Bergoglio se alineó con la teología del pueblo, que nació en Argentina tras el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín (1968); compartía esa vocación popular y la opción preferencial por los pobres con la coetánea teología de la liberación, pero sin asumir la lucha de clases marxista. Para los teólogos del pueblo, y eso sí lo comparten con el peronismo, la dialéctica opera entre el pueblo (la gente concreta) y el antipueblo (las oligarquías insolidarias, según el P. Lucio Gera) y la liberación es posible a través de la cultura popular. De ahí esa insistencia del último papa en ejercer como un cura de barrio o de pueblo, su mensaje cercano, sus gestos de sencillez, su afición futbolística y su rechazo a ese antipueblo de Dios que él reconocía en la clerigalla. 

La otra figura de referencia para el Papa jesuita no era Ignacio de Loyola –poco tenía que ver con su carisma tridentino y castrense–, sino Francisco de Asís, un hijo de la oligarquía medieval de la Umbría que se hizo carne del pueblo más olvidado (pobres, leprosos, mendigos...) y se convirtió en el trovador –su madre era provenzal– de la naturaleza y de los animales, pues hasta al lobo llamaba hermano. Del poverello, creador de la primera orden mendicante, tomó el nombre y en su Cántico de las criaturas se inspira la primera encíclica ecologista de la Iglesia, Laudato si. Como a aquel Francesco, que fue proclamado santo por aclamación de las masas, el pueblo también quiere a su tocayo platense, quizá porque ve en él reflejados muchos de los valores humanos que están dilapidando los políticos contemporáneos, sobre todo los populistas antipueblo como Trump, Putin, Meloni y compañía. En esta guerra –ya religiosa, según el ateo Alba Rico– entre el humanismo y las encarnaciones reaccionarias de Satán, el papa Francisco, como el bonachón Juan XXIII, ha sido «uno de los nuestros», más allá de esos corsés (derecha, izquierda, renovador, conservador) que ha reventado con su magisterio. 

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